El oscuro motivo por el que algunas personas no pueden dejar de ser infieles

¿Has estado con alguien que jura que va a cambiar, pero vuelve a engañar? ¿O te has visto a ti mismo repitiendo algo que prometiste no hacer nunca más? La infidelidad crónica no es solo una mala racha, es un patrón que se clava en la vida afectiva.
Detrás de estas historias suele haber un motivo más oscuro que la falta de amor o el simple deseo. La psicología y la ciencia hablan de adicción, rasgos de personalidad y heridas emocionales profundas que se mezclan y arrastran a la misma conducta una y otra vez.
Qué hay detrás de la infidelidad crónica y por qué no es solo falta de amor
Una persona infiel crónica no es alguien que se equivocó una vez en una relación larga. Es alguien que, relación tras relación, repite el engaño, aunque se sienta culpable y prometa no hacerlo de nuevo.
No toda infidelidad es igual. Hay quien engaña en un momento de crisis y quien convierte el engaño en parte de su manera de relacionarse. Aquí es donde se rompe un mito importante: no se trata solo de que la pareja no le llene, ni de que sea una mala persona sin corazón.
Las investigaciones señalan que influyen el cerebro, la personalidad y la historia de vida. El sistema de recompensa, con la dopamina como protagonista, se acostumbra a la novedad y a la excitación del secreto, y eso prepara el terreno para un hábito difícil de cortar.

Cuando engañar se siente como una droga
Para muchas de estas personas, engañar se parece a una adicción. Buscan novedad, adrenalina, sentirse deseadas como si fuera un chute rápido de energía y el mensaje interno es algo como: necesito otra vez ese subidón para sentir que valgo.
El problema es que, como con cualquier juego que engancha, nunca es suficiente. Después de una crisis, piden perdón, cortan contactos, borran chats. Durante un tiempo lo cumplen pero cuando la calma aparece, también llega el vacío, y con él el impulso de buscar otra chispa emocional.
Rasgos de personalidad que empujan a la infidelidad sin freno
Existen rasgos que hacen este patrón más probable. El narcisismo, por ejemplo, lleva a sentir que uno merece atención constante y especial, cueste lo que cueste. La persona necesita miradas, halagos y deseo para sostener su frágil autoestima.
La impulsividad también influye, por lo quien piensa muy poco en las consecuencias y actúa según lo que siente en el momento. Si se suma una baja empatía, el dolor de la pareja pesa poco frente al placer inmediato. No los justifica, pero ayuda a entender por qué el mismo error se repite.
Heridas emocionales ocultas
Existen personas que quieren pareja, pero en cuanto la relación se vuelve más profunda sienten que pierden aire y tienen miedo a sentirse atrapadas, a mostrar sus partes más frágiles o a que las abandonen cuando se vean tal como son.
La infidelidad se convierte en una forma de mantener distancia y tienen la coartada perfecta en su cabeza: si tengo a alguien fuera, nunca dependo del todo de nadie. En la práctica, se sabotean sin parar y demuestran su peor miedo, que las relaciones duelen.

Apego ansioso y modelos aprendidos en la infancia
Quien crece rodeado de infidelidad, abandono o caos aprende que el amor es inestable. Si de pequeño nunca tuvo seguridad, de adulto puede desarrollar un apego ansioso: miedo constante a que lo dejen, necesidad de aprobación y búsqueda de cariño en muchos sitios a la vez.
Ese estilo de apego no justifica el daño, pero explica por qué algunas personas se enganchan a cualquier señal de atención. Sienten que, si una persona falla, necesitan tener otra lista que las sostenga.
¿Se puede dejar de ser infiel crónico? Lo que dice la ciencia y qué hacer si te toca de cerca
Las investigaciones describen una mezcla de biología, personalidad y contexto, pero no hablan de un destino marcado. No hay un gen que obligue a engañar. Hay tendencias que se pueden trabajar con conciencia y ayuda adecuada.
La terapia individual ayuda a entender el vacío, los miedos y los impulsos. La terapia de pareja puede servir para poner límites claros, reconstruir algo o decidir que ya no se quiere seguir. Lo importante es tomar en serio las señales y no minimizar el daño.
Si te reconoces en el papel infiel, pedir ayuda es un acto de responsabilidad, no de fracaso. Si estás en el lado de la persona herida, también tienes derecho a ponerte en primer lugar y decidir qué no vas a tolerar.
Si ves estos patrones en ti o en tu relación, no te quedes solo con la culpa o la esperanza ciega. Hablar con un profesional, revisar tu historia y tomar decisiones claras puede ser el primer paso para romper un ciclo que, si no se atiende, se repite sin piedad.
