Macabro hallazgo: hombre desenterraba cuerpos de niñas para convertirlos en muñecas

Anatoly, historiador ruso y experto en rituales funerarios, tenía una vida normal a los ojos del resto, pero durante más de una década, llevó a cabo una práctica que revela hasta dónde puede llegar la mente humana cuando lo racional y lo irracional se mezclan en una misma persona. Profanó tumbas de niñas, momificó sus cuerpos y los disfrazó, creyendo que podía devolverles la vida. Es una historia que deja sin palabras a cualquiera que la conoce.
¿Quién es Anatoly Moskvin?
Anatoly Moskvin nació en 1966 en la ciudad rusa de Nizhny Novgorod. Era un intelectual conocido en círculos académicos; hablaba trece idiomas y publicaba artículos sobre cultura celta, rituales funerarios y ritos esotéricos. Su biblioteca era inmensa, superando los 60,000 volúmenes, muchos dedicados al estudio de la muerte y las creencias ocultas.
Pese a su perfil brillante, llevaba una existencia solitaria e introvertida. Desde pequeño se obsesionó con la muerte y los cementerios, producto de experiencias traumáticas y un contexto familiar estricto. Su interés por los rituales y el simbolismo de la muerte creció y se convirtió en el motor de una conducta que solo años después saldría a la luz.
El descubrimiento de las muñecas humanas
Las autoridades descubrieron el espeluznante secreto de Moskvin en 2011, tras reportes de vandalismo en cementerios locales, donde la policía allanó el apartamento que compartía con sus padres. Dentro, hallaron veintinueve figuras tamaño real vestidas con ropa infantil. Al examinarlas, confirmaron que esas muñecas eran, en realidad, cuerpos momificados de niñas entre 3 y 15 años, cuidadosamente preservados y decorados.
La reacción fue de horror y asombro, tanto en la policía como en la sociedad. Los medios divulgaron imágenes y detalles, y rápidamente Moscú y el resto del país se vieron atrapados entre el miedo y el desconcierto.
Moskvin seleccionaba tumbas de niñas pequeñas, las desenterraba en la noche, evitando ser descubierto. Luego, transportaba los cuerpos a su casa y allí iniciaba un laborioso proceso para momificarlas, usando sal, bicarbonato y vendajes para ralentizar la descomposición. Después, decoraba los cuerpos: pelucas, máscaras de papel maché, vestidos coloridos y detalles infantiles para disfrazar los restos y darles un aire de muñecas entrañables.
En algunos casos, modificaba los rostros con maquillaje, e incluso les colocaba juguetes en las manos. Sus anotaciones indican que realizaba rituales mágicos diarios y celebraba cumpleaños y fiestas, tratando a las muñecas como miembros de una familia.

Motivaciones y obsesiones detrás del crimen
Desde niño, la muerte le generaba una mezcla de miedo y fascinación. Su obsesión creció con el tiempo, inspirado por leyendas celtas y rituales siberianos sobre resurrección y comunicación con los muertos. Él mismo afirmó que sentía el “llamado” de los espíritus de las niñas, quienes decían querer ser rescatadas.
Declaró que jamás tuvo intenciones sexuales o sádicas, ya que para él las niñas eran seres que había que salvar y devolver a la vida a través de la ciencia o la magia. Su soledad, y un profundo deseo de ser padre, reforzaron el impulso de coleccionar y cuidar estos cuerpos.
Diagnóstico psiquiátrico y consecuencias legales
Tras su detención, expertos psiquiátricos diagnosticaron a Moskvin esquizofrenia paranoide. No era capaz de comprender la gravedad de sus actos ni enfrentar juicio penal. El tribunal lo declaró inimputable y fue internado en una clínica psiquiátrica, donde recibió tratamiento intensivo.
Durante los años posteriores, los debates legales giraron en torno a su posible liberación para tratamiento ambulatorio. Sin embargo, expertos siguieron observando en él ideas delirantes y ausencia de arrepentimiento, lo que mantiene su internamiento bajo estricta vigilancia médica hasta hoy.
El caso de Anatoly Moskvin sigue provocando asombro y terror, ya que es el ejemplo más insólito de cómo la inteligencia, el trauma, la soledad y la enfermedad mental pueden destruir cualquier frontera ética. Los cuerpos convertidos en muñecas en su sala de estar son un triste símbolo de hasta dónde puede llegar la desconexión de la realidad, dejando lecciones difíciles sobre empatía, justicia y el manejo de la enfermedad mental en la sociedad moderna.