¿Alguna información? ¿Necesitas contactar al equipo editorial? Envía tus correos electrónicos a [email protected] o ve a nuestro formulario.
Insólito

Mató a más de 40 niños de manera brutal y se guardó parte de sus cuerpos como recuerdo

Nacido en 1964 en Caxias, Maranhão, Francisco das Chagas era, en apariencia, un hombre cualquiera, que trabajaba como mecánico de bicicletas, oficio que usaba para integrarse a la vida de comunidades humildes. Bastaba verlo: siempre dispuesto a ayudar, saludando desde su pequeño taller, ofreciendo arreglos baratos. Para muchos, era un vecino callado, servicial, sin historia ni aspavientos. Ese perfil casi transparente, la imagen del hombre sencillo y trabajador, fue su mejor máscara.

Años enteros, nadie sospechó que esa figura amable escondía a uno de los mayores asesinos seriales de la historia de Brasil. Su capacidad para mezclarse y pasar inadvertido en pueblos de Maranhão y Pará resultó clave para permanecer impune durante tanto tiempo. El silencio de sus vecinos y la falta de estructuras adecuadas de control en las áreas rurales ayudaron a mantener su secreto. Era alguien más entre la multitud, y eso fue su mayor arma.

Cómo captaba y elegía a sus víctimas

Francisco das Chagas construyó el escenario perfecto para sus crímenes aprovechando la cotidianidad del entorno rural brasileño. En esos lugares, los niños deambulaban sin vigilancia adulta, y la confianza en los conocidos era parte del tejido social. Su taller de bicicletas era el cebo ideal: arreglos gratuitos, promesas de juguetes nuevos o simplemente la simpatía de un adulto dispuesto a escuchar bastaban para atraer a los más pequeños.

Según sus propias confesiones, elegía a menores de edad porque los consideraba más fáciles de manipular y los aislaba con pretextos simples, lejos del centro del pueblo y la vista de los adultos. Brito tejía su red de confianza en torno a la inocencia infantil, usando lo cotidiano como disfraz.

La brutalidad y el sadismo en sus crímenes

Lo que distinguía a Francisco das Chagas no era solo la cantidad de víctimas, sino la violencia extrema y el sadismo frío de sus acciones. Tras abusar de los niños, los asesinaba y mutilaba sus cuerpos de manera ritual. Cortaba genitales, oídos y dedos y, en muchos casos, se los llevaba a su casa como trofeo. Estos actos iban más allá de la muerte: buscaban prolongar el poder y el control sobre los cuerpos y recuerdos de las víctimas.

Médicos forenses y policías encontraron partes humanas cuidadosamente guardadas en su domicilio. Para el asesino, esos restos eran recuerdos preciados y símbolos de dominio, como si revivir el crimen le permitiera alimentar su sentimiento de invulnerabilidad.

Foto Freepik

Investigación, captura y juicio

Por mucho tiempo, los crímenes no fueron conectados, por lo que la policía local pensaba que se trataba de una banda o sucesos aislados, lo que facilitó que Brito siguiera matando. La presión pública y los medios de comunicación fueron determinantes para que el Estado brasileño atendiese al patrón que unía a los casos, la brutalidad repetida.

La confesión de un adolescente, quien presenció uno de los crímenes, finalmente permitió la detención de Francisco das Chagas en 2003. A partir de ese momento, las investigaciones revelaron restos de cerca de 42 posibles víctimas en las cercanías de São Luís, Paço do Lumiar, São José de Ribamar y Altamira. Durante el juicio, sus declaraciones se cruzaron entre confesiones detalladas y repentinas retractaciones. Exámenes psiquiátricos lo describieron con características psicopáticas: falta de empatía, justificación de sus acciones y tendencia al engaño. El tribunal lo condenó a más de 580 años de prisión, una suma histórica en el sistema penal brasileño.

El caso, por su magnitud y la negligencia demostrada por las autoridades, fue denunciado ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

El alcance de los crímenes de Francisco das Chagas se tradujo en una ola de miedo y desconfianza en Brasil, sobre todo en comunidades pobres y desatendidas. Muchas familias, al descubrir que la policía no había logrado conectar los asesinatos ni proteger a los marginados, se sintieron abandonadas. El caso fue un golpe para la credibilidad institucional y expuso fallas graves en la cooperación policial entre estados, así como en la protección de los derechos de la infancia.

5/5 - (5 votos) ¿Le resultó útil este artículo?