Un niño de 8 años muere de peritonitis tras cinco visitas a urgencias

El caso de Aitor, un niño de 8 años fallecido por peritonitis después de acudir cinco veces a urgencias en cuatro días, genera conmoción y plantea preguntas profundas sobre la atención pediátrica. La historia expone la gravedad de descuidar síntomas persistentes en la infancia y la importancia de actuar con rapidez ante cuadros abdominales agudos.
Todo comenzó a finales de mayo, cuando su abuela notó que el pequeño sufría fuertes dolores abdominales y vómitos repetidos. Pese a la alarma que generan estos síntomas en cualquier niño, los médicos determinaron en la primera visita que se trataba de un proceso viral sin mayores complicaciones.
El malestar del niño no cesaba. La familia regresó varias veces a distintos servicios de urgencias y a su centro de salud, pero las respuestas fueron siempre superficiales y no incluyeron pruebas relevantes. En ningún momento se solicitó una ecografía ni un análisis de sangre que permitieran descartar una condición grave. Tras días de sufrimiento y sin mejoras, Aitor falleció. La autopsia luego reveló una peritonitis avanzada, consecuencia de una apendicitis no diagnosticada a tiempo.
Los informes periciales y las sentencias judiciales señalan fallos repetidos en la atención de Aitor. Ningún profesional, ni en el hospital de Elda ni en el centro de salud de Petrer, consideró la necesidad de hacer un estudio profundo, a pesar de la persistencia de los síntomas. No hubo exploración física detallada ni se realizaron constantes vitales, elementos básicos ante el dolor abdominal constante y vómitos en la infancia.
Además, la falta de derivación hospitalaria terminó siendo crítica. En vez de indagar con pruebas complementarias, los médicos prescribieron tratamiento sintomático y enviaron al niño a casa sin más, confiando en que se trataría de una afección transitoria.

No documentar signos de alarma ni buscar evidencia objetiva con pruebas agrava cualquier diagnóstico. En este caso, la evolución natural de la infección fue imparable y silenciosa, transformando una patología tratable en una tragedia. La falta de exámenes complementarios hizo que se ignorase una complicación que, de haberse detectado a tiempo, probablemente habría tenido solución. El resultado evidenció una cadena de errores y omisiones que terminaron con la vida de un niño.
Consecuencias legales y repercusión social del caso
La muerte de Aitor tuvo eco nacional y dos pediatras fueron condenadas por homicidio imprudente. Las sentencias incluyen penas de prisión y la inhabilitación profesional por varios años. Las resoluciones judiciales destacan la omisión de protocolos y la dejadez en la evaluación de un menor ante síntomas claros de alarma.
Por otro lado, la familia de Aitor recibió indemnizaciones considerables, mientras que la opinión pública reclama una reforma en los procesos de atención para evitar que algo similar se repita. Padres y tutores ahora exigen más atención, mejores protocolos y una revisión profunda en la atención pediátrica de urgencias.
Lecciones aprendidas y retos en la atención pediátrica de urgencias
El caso de Aitor puso en tela de juicio la formación y la rutina en las urgencias pediátricas. Se habla más que nunca de la importancia de la supervisión médica y la actualización continua del personal sanitario. Los hospitales han revisado sus procesos internos y los protocolos para el manejo de dolor abdominal infantil.
Hoy se reconoce que no solo importa la tecnología o los recursos del sistema de salud, sino la actitud y el compromiso del personal ante cada síntoma persistente. La capacitación, la escucha activa a las familias y el trabajo en equipo entre niveles asistenciales son claves para evitar errores fatales. El caso ha servido de llamada de atención y empuja a las instituciones a un cambio real.
Esta historia duele, pero invita a todos a recordar que detrás de cada consulta está la vida de un niño, frágil, vulnerable y merecedora de la máxima atención. Sólo así se evitarán tragedias como esta.