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Estilo de vida

3 cosas que nunca debes hacer con tu perro

Vivir con un perro aporta alegría y compañía inigualable. Pero esa felicidad implica responsabilidades muy claras. Los perros no son peluches ni humanos pequeños. Requieren comprensión, cariño y límites firmes para crecer sanos y felices. Muchas conductas cotidianas, a veces vistas como normales, pueden dañar sin querer el bienestar físico y emocional de estos animales. Identificar y evitar estos errores ayuda a consolidar un vínculo estable y saludable.

Regañar o castigar después de una travesura

Un perro vive el presente. No entiende el castigo aplicado tiempo después de una acción. Si hace algo “mal”, como romper algo o hacer pis en casa, reaccionar con gritos o castigos solo le produce confusión y miedo. El animal no asocia la corrección a la acción, ni siquiera en el momento inmediato del error.

El miedo provocado por los castigos, más aún si se usa la violencia física o verbal, mina la confianza entre humano y perro. Crecen la ansiedad y el estrés, y pueden desarrollarse comportamientos aún más indeseados. La educación y la paciencia son más efectivas que el castigo. Entender por qué ocurre una conducta, cambiar rutinas y reforzar lo positivo mejora cualquier convivencia. Un hogar con reglas claras, rutinas y cariño ayuda a que el perro se sienta seguro y pueda aprender a su ritmo.

Dejarlo solo más tiempo del que soporta

Todos los perros necesitan compañía. El aislamiento prolongado genera angustia, ansiedad, tristeza y problemas de conducta. Ningún perro debe pasar horas y horas solo todos los días. Algunos, como los cachorros, lo toleran aún menos que los adultos.

En muchos hogares se subestima el daño que causa la soledad. Los perros son animales sociales, y su bienestar depende de la interacción con quienes consideran su familia. Un perro que pasa mucho tiempo solo desarrolla conductas como ladridos excesivos, destrozos en casa o apatía. Además, la ansiedad por separación puede afectar incluso su salud física.

Si es inevitable ausentarse, hay maneras de reducir el estrés. Dejar juguetes interactivos, buscar cuidadores o paseadores, establecer rutinas y dedicar tiempo de calidad al volver a casa son claves para mantener el equilibrio emocional del perro. Escuchar sus necesidades emocionales es tan importante como cubrir las físicas.

Elegir collares o correas peligrosos

Muchas personas recurren a collares de púas, eléctricos o estranguladores con la idea de “corregir” comportamientos. Estos métodos no solo son ineficaces. Causan lesiones físicas y bloqueos emocionales. El dolor y el miedo no ayudan a educar, sino que crean un ambiente tóxico que afecta la autoestima y la confianza del perro.

Un collar debe ser cómodo, ajustado y respetar el cuerpo del animal. Los arneses ergonómicos suelen ser la mejor opción. Además, es necesario observar atentamente el lenguaje corporal del perro: una cola baja, temblores, lamidos excesivos o gruñidos son señales de incomodidad o estrés. Los buenos líderes no necesitan lastimar a sus compañeros para guiarlos. El respeto mutuo y la empatía marcan la diferencia en la formación de cualquier perro.

Foto Freepik

Respetar su naturaleza y necesidades básicas

El perro no es un humano pequeño. Humanizarlo y tratarlo como un niño puede confundirlo y frustrarlo. Su lenguaje, intereses y formas de comunicarse son diferentes. Negar estas diferencias provoca problemas: ansiedad, inseguridad y complicaciones en el comportamiento.

Permitir o negar todo sin equilibrio tampoco ayuda. Los perros necesitan límites claros y rutinas predecibles. El refuerzo positivo, la paciencia y el conocimiento de su especie fortalecen la convivencia y el respeto. No basta con cubrir comida y paseos; también hay que tener en cuenta su salud mental y emocional.

Cuidar su salud y alimentación de forma responsable

La alimentación debe basarse en sus necesidades, evitando restos de comida humana peligrosos, como chocolate, fritos, huesos cocidos o dulces. Los excesos provocan obesidad y enfermedades. Los platillos pensados para seres humanos muchas veces contienen ingredientes tóxicos para los perros.

Las visitas regulares al veterinario son indispensables. Las vacunas, la desparasitación y los controles evitan problemas de salud y alargan la calidad de vida. Adoptar un perro implica estar atento cada día a su bienestar físico y emocional.

Brindar ejercicio y socialización adecuados

Mantener a un perro activo físicamente contribuye a su equilibrio emocional. Salir a pasear, correr, jugar y socializar con otros perros es imprescindible. El sedentarismo genera obesidad y reduce la autoestima.

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No basta un corto paseo diario. Cada animal tiene necesidades propias según su raza, edad y energía. Cuando un perro se ejercita y socializa, su carácter mejora, se relaja y gestiona mejor los estímulos del entorno.

Escuchar y observar sus señales

Los perros se comunican constantemente. Movimientos de cola, posturas, sonidos y miradas dicen mucho. Ignorar estos mensajes empeora el estrés y los conflictos en casa. Aprender a identificar las señales y actuar de forma preventiva mejora la convivencia y reduce riesgos.

Observar a tiempo una señal de incomodidad o miedo permite actuar antes de que el problema crezca. Así se evitan mordidas, peleas u otros incidentes. La clave está en estar atentos y presentes en el día a día.

Ofrecer un hogar seguro y compromiso a largo plazo

La adopción de un perro representa una responsabilidad para muchos años. No es un adorno ni un capricho temporal. Planificar, educar y cuidar cada día asegura una vida sana y feliz para ambos. El bienestar del perro depende del compromiso, la paciencia y la capacidad de aprender juntos.

Un entorno respetuoso y amoroso transforma cualquier relación en una fuente inagotable de momentos positivos. La verdadera felicidad de tener perro llega con el respeto, el cariño y la comprensión mutua.

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