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¿Saltarse la cena puede ayudarle a perder peso?

En los últimos años, buscar métodos prácticos para adelgazar se ha vuelto común. Una de las tendencias más populares es saltarse la cena, con la esperanza de reducir calorías y adelgazar de forma sencilla. La lógica parece simple: si elimina una comida principal, debería perder peso más rápido. Esta idea ha ganado adeptos entre quienes buscan bajar kilos sin dietas restrictivas ni rutinas complicadas.

Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. Las expectativas suelen estar marcadas por la creencia de que solo omitir la cena basta para ver resultados, pero estudios recientes y expertos en nutrición advierten que esta estrategia no siempre cumple lo prometido y puede traer efectos opuestos.

El impacto de saltarse la cena en el peso y el metabolismo

Saltarse la cena afecta el gasto calórico y el metabolismo en distintos niveles. El cuerpo humano responde a la falta de alimento por la noche reduciendo la velocidad del metabolismo para ahorrar energía. Este ajuste puede disminuir la capacidad de quemar calorías y favorecer el almacenamiento de grasa en lugar de su pérdida. Además, al alterar la distribución de calorías durante el día, se puede desajustar el ritmo circadiano, que regula procesos metabólicos fundamentales. Comer menos por la noche no siempre se traduce en mayor quema de grasa, sobre todo si las comidas del resto del día no se ajustan adecuadamente.

La crononutrición, ciencia que estudia la relación entre horarios de comida y metabolismo, indica que comer en las horas adecuadas favorece la salud metabólica. Priorizar calorías en el desayuno y almuerzo mejora el balance hormonal y facilita el control del peso. Protocolos como el ayuno intermitente (especialmente el 16/8, donde se come en una ventana de 8 horas y se ayuna 16) muestran resultados positivos en ciertos estudios. Sin embargo, este efecto depende mucho de la calidad y cantidad de calorías ingeridas durante la ventana de alimentación, y no solo de eliminar la cena.

Cambios hormonales y sensación de hambre

Al saltarse la cena, se produce un cambio notable en las hormonas del hambre. La leptina, que ayuda a sentir saciedad, disminuye, mientras que la grelina, responsable de despertar el hambre, tiende a aumentar. Esta combinación aumenta las probabilidades de sentir intensos antojos por la noche o a primera hora de la mañana, generando un círculo de hambre y ansiedad difícil de romper.

Estas alteraciones hormonales pueden conducir a episodios de atracones posteriores, en los que se termina consumiendo más calorías que si se hubiese hecho una cena ligera. Es común que quienes omiten la cena acaben comiendo alimentos ultraprocesados y ricos en azúcar en horarios nocturnos, lo que afecta no solo el peso, sino también los niveles de glucosa y la calidad del descanso.

Pérdida de peso y composición corporal

Si al omitir la cena no se compensa el aporte calórico en otras comidas, podría lograrse cierta pérdida de peso. Sin embargo, no todos los kilos perdidos corresponden a grasa. Saltarse una comida principal, especialmente sin supervisión, puede causar pérdida de masa muscular, lo que a largo plazo ralentiza aún más el metabolismo y dificulta mantener el nuevo peso.

Existe también el temido efecto rebote: cuando se retoma el ritmo habitual de alimentación, el cuerpo tiende a almacenar más grasa como protección frente a futuros periodos de restricción. Como resultado, se recupera el peso perdido y en ocasiones se gana aún más, especialmente si durante el ayuno se descuidaron proteínas y nutrientes esenciales.

Foto Freepik

Efectos de saltarse la cena en la salud

Más allá de la báscula, saltarse la cena puede afectar la salud de distintas maneras. Entre los riesgos más importantes están el desarrollo de deficiencias nutricionales, mayor fatiga, trastornos en el sueño y una marcada desaceleración del metabolismo. El cuerpo, ante la falta regular de alimento nocturno, entra en modo ahorro y antepone el uso de músculo sobre la grasa para obtener energía.

Aunque puede haber quienes adapten bien este hábito y no presenten síntomas graves, la mayoría experimenta algún grado de cansancio, irritabilidad o falta de concentración al día siguiente. Una alimentación desbalanceada por omisión de la cena, además, puede impedir el correcto funcionamiento del sistema inmune y hormonal.

Impacto en la calidad nutricional

Omitir la cena sin planificar puede generar importantes desequilibrios de macronutrientes y micronutrientes. Si el resto de las comidas no se ajustan para cubrir las necesidades de proteínas, vitaminas y minerales, aumenta el riesgo de déficit. Una cena equilibrada suele ser clave para cubrir requerimientos de magnesio, calcio y vitaminas del grupo B, fundamentales para la recuperación muscular y la salud cerebral.

La falta de planificación también puede empujar a consumir alimentos poco saludables en el siguiente desayuno, buscando una fuente rápida de energía tras el ayuno prolongado. Esto favorece patrones de alimentación irregulares y contribuye a una peor calidad de la dieta global.

Salud metabólica y efectos secundarios a largo plazo

Los efectos negativos de saltarse la cena no solo se sienten a corto plazo. Con el tiempo, omitir comidas clave puede debilitar el metabolismo basal, lo que baja el gasto energético en reposo. Algunos estudios muestran que esta práctica puede promover el almacenamiento de grasa cuando finalmente se reintroducen comidas nocturnas, dificultando el control del peso.

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Otras consecuencias posibles incluyen alteraciones en la regulación de la glucosa, mayor riesgo de episodios de hipoglucemia y desequilibrios en la producción de insulina. También hay mayor posibilidad de fatiga crónica y problemas de sueño, ya que el cuerpo depende de la regularidad en la ingesta para ayudar a reparar tejidos y regenerar energía durante la noche.

En comparación con una rutina alimenticia regular y equilibrada, el hábito de omitir la cena tiende a ser menos efectivo y más riesgoso para el control del peso y la salud. Mantener todas las comidas, distribuyendo adecuadamente las calorías y priorizando alimentos completos, sigue siendo la mejor estrategia para lograr una pérdida de peso sostenible y bienestar general.

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