Cuatro infecciones comunes que podrían provocar cáncer

El cáncer no siempre surge de la genética o los hábitos, a veces empieza por una simple infección. Ciertos microbios, mucho más comunes de lo que se piensa, pueden transformar células sanas en células peligrosas, capaces de reproducirse de manera descontrolada. Esta transformación no ocurre de un día para otro; sucede tras años de daño repetido, cicatrices en los tejidos y defensas debilitadas.
Infecciones bacterianas y el riesgo de cáncer
La bacteria Helicobacter pylori es una de las causas más frecuentes de cáncer de estómago. Suele habitar en la mucosa gástrica, sobreviviendo incluso al ácido del estómago. Esta bacteria provoca una inflamación crónica, que con el tiempo puede lesionar el revestimiento gástrico y aumentar el riesgo de cáncer gástrico o linfoma gástrico.
El contagio de Helicobacter pylori ocurre principalmente por alimentos o agua contaminada, aunque el contacto boca a boca también facilita la transmisión. Por su resistencia y difícil detección, muchas personas conviven con ella durante años sin presentar síntomas claros.
Si no se trata, el daño causado por esta bacteria se acumula. El tejido del estómago cambia, aparecen úlceras y, en algunos casos, células malignas pueden formarse. Por ello, hacerse pruebas cuando hay molestias recurrentes en el abdomen o antecedentes familiares de cáncer gástrico es fundamental.

Virus y parásitos: otras infecciones que generan cáncer
Entre los virus más peligrosos asociados al cáncer, destaca el Virus del Papiloma Humano (VPH). Este virus se transmite casi siempre por contacto sexual y puede quedarse latente años antes de provocar lesiones. El VPH está directamente vinculado al cáncer de cuello uterino, pero también puede provocar cáncer de ano, pene, vulva, vagina, boca y garganta.
La vacuna contra el VPH es una de las formas más eficaces de evitar la infección. Detectar lesiones causadas por este virus a tiempo, especialmente en mujeres jóvenes, reduce mucho la probabilidad de desarrollar cáncer a futuro.
Por otro lado, el virus de la hepatitis B y C (VHB y VHC) afecta el hígado, atacando sus células y favoreciendo la aparición de cirrosis o cáncer hepático. La transmisión del virus de la hepatitis ocurre por sangre contaminada, relaciones sexuales sin protección o uso compartido de agujas. Una infección crónica por estos virus puede pasar inadvertida durante años, dañando poco a poco el hígado.
Existen vacunas eficaces para prevenir la hepatitis B y tratamientos para la hepatitis C, pero la detección temprana es esencial. Un hígado dañado de forma crónica es terreno fértil para que surja un tumor.
En ambientes menos citadinos, ciertos parásitos también pueden transformar células en malignas. El parásito Opisthorchis viverrini se asocia a una inflamación crónica en las vías biliares. Se adquiere al consumir pescado crudo o poco cocido, habitual en algunas regiones de Asia. Con los años, la irritación que produce este parásito favorece el cáncer de las vías biliares o colangiocarcinoma.
En África y otras regiones, el parásito Schistosoma haematobium infecta la vejiga. El contacto con agua dulce contaminada es suficiente para adquirirlo. Si la infección no recibe tratamiento, la irritación crónica que causa en las paredes de la vejiga puede convertir células normales en cáncer de vejiga.
Prevención y detección temprana
Evitar que estas infecciones avancen es una de las mejores herramientas para reducir el riesgo de cáncer. La prevención comienza con acciones simples: higiene alimentaria, relaciones sexuales protegidas, agua potable y evitar compartir jeringas.
El diagnóstico temprano juega un papel clave. El chequeo médico regular permite descubrir infecciones como la de Helicobacter pylori antes de que el daño sea grave. Las mujeres que realizan controles ginecológicos frecuentes tienen más posibilidades de identificar lesiones por VPH y tratarlas antes de que se conviertan en cáncer.
Los tratamientos actuales pueden eliminar muchas de estas infecciones antes de que causen problemas mayores. En el caso del VPH y la hepatitis B, las vacunas han cambiado el panorama. La vacunación masiva ha reducido drásticamente los casos de infecciones graves y, con ello, la incidencia de cáncer asociado.
Para los parásitos, el acceso a agua limpia, la cocción adecuada de alimentos y la vigilancia de brotes infecciosos en zonas endémicas son medidas efectivas. El tratamiento antiparasitario disponible puede cortar el ciclo del parásito y prevenir el daño permanente.
Las infecciones descritas también muestran la importancia de actuar rápido ante síntomas persistentes. Dolor abdominal, cambios digestivos o lesiones sospechosas siempre deben motivar una consulta con el médico. Cuanto antes se da con la causa, más sencillo es evitar sus consecuencias.
Las infecciones no suelen ocupar el primer lugar en la lista de causas de cáncer cuando se piensa en la enfermedad, pero los datos muestran lo contrario. Helicobacter pylori, VPH, hepatitis B y C y los parásitos como Opisthorchis viverrini y Schistosoma haematobium están detrás de millones de casos de cáncer a nivel mundial.
Prevenir el contagio, detectar a tiempo la infección y tratarla adecuadamente son pasos claros para reducir el riesgo. La salud está en juego y cada pequeña acción cuenta para mantenerse protegido frente a estas amenazas silenciosas. Consultar con el médico, vacunarse y mantener hábitos saludables siguen siendo las mejores estrategias para cuidar el cuerpo y evitar problemas a futuro.
