Los 5 tipos de dolor crónico que más sufrimos (y cómo acabar con ellos)

El dolor crónico se entiende como una molestia que no se va en semanas y que se queda durante meses o incluso años, hasta el punto de condicionar el trabajo, el descanso y las relaciones personales. En España, se calcula que una de cada cuatro personas adultas vive con dolor persistente y que las mujeres lo sufren con más frecuencia que los hombres. Cada cuerpo lo siente a su manera, como pinchazo, quemazón, hormigueo, tirantez o presión constante.
Dolor de espalda crónico: el más frecuente en la vida diaria
El dolor de espalda, sobre todo en la zona lumbar y cervical, es el protagonista silencioso de la jornada para una parte importante de la población, alrededor de dos de cada diez personas. Suele aparecer en quienes pasan muchas horas sentados frente al ordenador o de pie, con malas posturas, movimientos bruscos o cargas mal levantadas. La persona nota rigidez, sensación de tirantez, punzadas en la zona baja de la espalda o en el cuello, a veces con dolor que se irradia a hombros o piernas. Cuidar la higiene postural, ajustar la altura de la mesa, usar sillas más ergonómicas, levantarse cada cierto tiempo y hacer estiramiento suave marca una gran diferencia. La fisioterapia, junto con ejercicio regular como caminar a buen paso o nadar, ayuda a bajar la intensidad del dolor y a prevenir que vuelva con tanta fuerza.
Dolor de cabeza crónico: cefaleas y migrañas que no dan tregua
Las cefaleas y migrañas acompañan a muchas personas casi a diario o varias veces por semana, y se estima que afectan a algo más de un diez por ciento de la población. El dolor puede sentirse como una banda de presión en la frente o en la nuca, como martilleo en un lado de la cabeza o como una punzada que empeora con la luz, el ruido o los olores fuertes. El estrés, la falta de sueño, la deshidratación y el uso excesivo de pantallas son desencadenantes muy frecuentes. Cuidar la higiene del sueño, acostarse y levantarse a la misma hora, hidratarse a lo largo del día, practicar técnicas de relajación sencillas, como respiración profunda o meditación guiada, y moderar la cafeína ayuda a reducir los episodios. Cuando el dolor de cabeza es intenso y repetido, conviene acudir al médico para valorar tratamientos específicos y no asumir que es “lo normal”.
Dolor articular y muscular: artrosis, artritis y lesiones que se vuelven crónicas
El dolor en rodillas, caderas, manos o columna por artrosis o artritis, junto con las molestias musculares que se arrastran tras viejas lesiones, forma otro gran grupo de dolor crónico. Muchas personas notan rigidez al levantarse por la mañana, dificultad para subir escaleras, chasquidos, sensación de pinchazo al caminar o al girar una articulación. La obesidad y el sedentarismo agravan estos síntomas, porque aumentan la carga sobre las articulaciones y debilitan los músculos que deberían protegerlas. El tratamiento combina ejercicio suave y regular, como caminar en terreno llano o nadar, con un trabajo progresivo de fortalecimiento muscular, control del peso y uso de calor local para aliviar la rigidez. La fisioterapia puede mejorar la movilidad y enseñar ejercicios adaptados, y los analgésicos o antiinflamatorios deben tomarse solo siguiendo las indicaciones del profesional de la salud. Mantenerse activo no solo reduce el dolor, también mejora el ánimo y la autonomía en el día a día.

Dolor neuropático y fibromialgia: cuando duelen los nervios y todo el cuerpo
Dentro del dolor crónico hay dos tipos que suelen confundirse pero que comparten algo importante, la sensación de que el cuerpo “se queja” incluso sin grandes esfuerzos. El dolor neuropático, presente por ejemplo en la ciática o en la neuropatía diabética, aparece cuando los nervios están dañados o irritados. La persona siente quemazón, calambres, hormigueo, descargas eléctricas o zonas adormecidas que duelen al mínimo contacto. La fibromialgia se caracteriza por dolor generalizado en músculos y articulaciones, cansancio intenso, sueño poco reparador y niebla mental, aunque las pruebas médicas no siempre muestran lesiones visibles. En ambos casos el abordaje suele ser combinado, con medicamentos que actúan sobre los nervios, ejercicio suave y regular que no fatigue en exceso, mejora del sueño, apoyo psicológico para manejar el estrés y, en algunas ocasiones, recursos como acupuntura, terapia en grupo o educación en dolor. El mensaje clave es que el dolor es real, no es una exageración, y con un plan bien ajustado la calidad de vida puede mejorar.
Hábitos que ayudan a acabar con el dolor crónico sin listas ni fórmulas mágicas
Más allá del tipo de dolor, hay hábitos que funcionan como un hilo común. Contar con un diagnóstico preciso permite saber qué está pasando y elegir el tratamiento adecuado en lugar de probar remedios al azar. La actividad física adaptada, aunque sea suave, resulta más eficaz que el reposo absoluto, porque mantiene la musculatura, cuida las articulaciones y reduce la sensibilidad al dolor. Dormir lo suficiente, cuidar una alimentación equilibrada rica en alimentos frescos, vegetales, frutas y grasas saludables, y mantener el control del peso ayuda a bajar la inflamación de fondo. El apoyo de la fisioterapia, el uso correcto de la medicación y el recurso a técnicas de relajación, yoga suave o mindfulness, contribuyen a calmar el sistema nervioso, que actúa como amplificador del dolor cuando la persona vive con mucha tensión. Cada vez hay más interés por suplementos naturales, como cúrcuma, jengibre o colágeno, que pueden ser útiles en algunos casos, pero siempre conviene comentarlo con un profesional de la salud para valorar dosis y posibles interacciones. Ignorar el dolor solo alarga el problema, escuchar al cuerpo y pedir ayuda es el primer paso para recuperar bienestar.
El dolor crónico no tiene por qué ser una condena silenciosa ni una carga que se soporte en soledad. Pedir apoyo médico y psicológico, hablar del problema en lugar de esconderlo y observar con atención los propios síntomas ayuda a encontrar opciones reales de alivio. Cuando una molestia se mantiene durante meses y limita las actividades diarias, conviene dejar de normalizarla y empezar a actuar. Cuidar la calidad de vida es una forma de respeto hacia uno mismo, y cada pequeña decisión, desde moverse un poco más hasta ajustar el descanso, suma en ese camino.
