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Salud

A los 38, venció un cáncer en etapa 3 gracias a lo que comía cada día

A los treinta y ocho años, Aimee Guess recibió una frase que nadie quiere oír: linfoma de Hodgkin en estadio tres. El mundo se le encogió de golpe, había miedo, rabia y muchas preguntas sin respuesta. Aun así, tomó una decisión clara: seguir cada paso del tratamiento médico recomendado.

Al mismo tiempo, sintió que necesitaba recuperar un poco de control. No podía decidir la dosis de quimio, pero sí podía decidir qué comer cada día. Allí empezó a ver su plato como una posible aliada, no como una simple rutina.

Este artículo cuenta, con palabras sencillas, qué cambios hizo Aimee en su alimentación y qué dice la ciencia sobre esos grupos de alimentos. No es una receta mágica ni un sustituto de la medicina. Es un apoyo complementario que siempre debe ir acompañado de un oncólogo y de un profesional de la nutrición.

Del diagnóstico al cambio: cómo Aimee decidió usar la alimentación a su favor

El día del diagnóstico, Aimee sintió que el tiempo se detenía. Pensó en su familia, en su trabajo, en todo lo que podía perder. Durante los primeros días se dejó llevar por el shock, casi sin apetito y sin ganas de hablar.

Con el inicio de la quimioterapia, entendió que el tratamiento sería largo y exigente. Observó algo muy simple: no podía controlar cómo reaccionaría su cuerpo a cada sesión, aunque sí podía cuidar la manera en que lo nutría. Esa idea le dio un poco de calma.

Empezó a informarse con nutricionistas y a revisar estudios sencillos, siempre en paralelo a las indicaciones del hospital. Aprendió que una alimentación rica en nutrientes podía ayudar a mantener la energía, a reducir la inflamación y a apoyar el sistema inmunitario. No para curar el cáncer, sino para darle a su cuerpo mejores herramientas en medio de la tormenta.

Poco a poco, su plato se llenó de colores, texturas y sabores que antes casi no aparecían en su mesa.

Los alimentos clave que apoyaron su recuperación del cáncer de estadio tres

Aimee no se aferró a productos milagro ni a suplementos extraños. Se centró en alimentos sencillos, que se pueden encontrar en muchos supermercados, y que tienen estudios detrás sobre antioxidantes, inflamación y defensas.

Lo más importante fue convertir esos alimentos en hábitos diarios. No grandes cambios de un día, sino pequeñas decisiones repetidas muchas veces.

Antioxidantes que protegen las células: té matcha y frutos rojos

Los antioxidantes son compuestos que ayudan a proteger las células del daño que causan los radicales libres. Estos radicales son moléculas inestables que se generan de forma natural, y que aumentan con el estrés, la contaminación o algunos tratamientos.

El té matcha fue una de las primeras incorporaciones de Aimee. Es un tipo de té verde en polvo, rico en un compuesto llamado EGCG, asociado en estudios con protección celular y menor estrés oxidativo. Aimee lo tomaba en forma de latte suave, con bebida vegetal, en días en los que el estómago se lo permitía.

También añadió frutos rojos, como arándanos y fresas, en batidos o con yogur. Estos frutos aportan vitaminas, fibra y una gran cantidad de antioxidantes. Algunos trabajos científicos relacionan su consumo con mejor control de la inflamación y menor daño al ADN.

Estos alimentos no curan un cáncer, aunque pueden crear un entorno más favorable para el cuerpo mientras atraviesa tratamientos tan agresivos.

Foto Freepik

Grasas buenas y omega tres para frenar la inflamación

La inflamación crónica es como un fuego lento en el cuerpo. No se ve, pero desgasta tejidos y se relaciona con muchas enfermedades, entre ellas varios tipos de cáncer.

Los ácidos grasos omega tres ayudan a equilibrar esa inflamación. Aimee empezó a usar semillas de chía en sus desayunos, mezcladas con yogur o con pudines sencillos. También comía nueces un par de veces al día, en meriendas o sobre las ensaladas.

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Cuando tenía mejor apetito, elegía salmón salvaje o pescados grasos en lugar de embutidos o frituras. Estas grasas buenas ayudan a cuidar el corazón y el cerebro, algo muy valioso cuando el cuerpo está bajo tanta presión.

Lo más importante fue la regularidad. No comer salmón una vez al mes, sino incluir fuentes de omega tres muchas veces a la semana, en pequeñas porciones fáciles de tolerar.

Proteínas de calidad para mantener la fuerza durante el tratamiento

Los tratamientos contra el cáncer suelen provocar pérdida de masa muscular, cansancio extremo y cambios en el peso. El cuerpo necesita proteínas para reparar tejidos, sostener el sistema inmune y mantener la fuerza.

Por eso, Aimee decidió priorizar proteínas de calidad. Empezó a consumir más legumbres, como lentejas y frijoles bien remojados y cocidos, que son fáciles de digerir para muchas personas. También incluyó pescado graso varias veces a la semana y, cuando podía, optaba por carnes de animales criados al aire libre, con menos grasas saturadas y menos aditivos.

En días con poco apetito, un simple puré de patata con lentejas trituradas ya era una victoria. La clave estuvo en no dejar que los días difíciles se convirtieran en semanas sin alimento suficiente.

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Verduras verdes y champiñones para reforzar defensas y detox natural

Antes del cáncer, las verduras de hoja verde casi no aparecían en el plato de Aimee. Durante el tratamiento se convirtieron en protagonistas. Empezó a comer espinaca, col rizada y acelgas en sopas, salteados suaves y batidos salados.

Estas verduras son ricas en magnesio, folatos y vitaminas que la ciencia ha vinculado a mejor supervivencia y menor riesgo en varios tipos de cáncer cuando forman parte de un patrón de alimentación saludable. No actúan solas, pero suman.

Los champiñones también tuvieron un papel importante. Contienen polisacáridos, como los betaglucanos, asociados a un sistema inmunitario más activo y a procesos de desintoxicación natural del organismo. Aimee solía añadir champiñones salteados a sus platos de arroz o quinoa.

Su regla personal era sencilla: cuantos más colores hubiera en el plato, mejor apoyo recibían sus defensas.

Microbiota intestinal y alimentos fermentados para un sistema inmune más fuerte

La microbiota intestinal es el conjunto de bacterias que viven en nuestro intestino. Suena raro, pero estas bacterias buenas influyen en el estado de ánimo, la digestión y las defensas del cuerpo.

Durante la quimioterapia, la digestión de Aimee se volvió muy frágil. Para cuidarla, empezó a incluir alimentos fermentados, siempre revisados con su equipo médico. Tomaba yogur natural sin azúcar, un poco de queso fresco y, en algunos días, pequeñas porciones de kimchi o chucrut.

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Estos alimentos aportan probióticos, bacterias beneficiosas que ayudan a mantener el intestino en mejor estado. Un intestino más sano suele digerir mejor los alimentos y puede apoyar el sistema inmune.

Aimee nunca dejó de lado los fármacos ni los controles. Tenía claro que estos alimentos eran un complemento, no un plan alternativo.

No es un milagro, es un apoyo: cómo usar esta historia sin crear falsas esperanzas

La historia de Aimee es inspiradora, pero sería injusto presentarla como una receta universal. Cada cáncer es distinto, cada cuerpo responde de forma única, y cada tratamiento tiene matices que solo el equipo médico puede valorar.

La alimentación fue una herramienta de apoyo en su camino. No sustituyó la quimio, la radioterapia ni los estudios de control. Sirvió para que se sintiera más fuerte, con más energía y con una sensación de participación activa en su propia recuperación.

Si tú o alguien cercano está pasando por algo parecido, cualquier cambio de dieta debe hablarse con el oncólogo y con un nutricionista. Aun así, ver la alimentación saludable como una forma concreta de cuidar el cuerpo puede dar una pequeña sensación de control en medio del caos.

Comer mejor no garantiza una cura, aunque sí puede sumar a la calidad de vida y al bienestar diario.

La experiencia de Aimee muestra que una alimentación rica en antioxidantes, grasas buenas, proteínas de calidad, verduras verdes y fermentados puede apoyar al cuerpo durante el cáncer y también después. No existe una cura milagrosa en forma de alimento, pero sí un conjunto de decisiones diarias que refuerzan lo que hace la medicina.

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