Esta ciudad ha sido votada como “la ciudad más fea del mundo”

La frase suena a provocación, pero salió de una encuesta en línea muy comentada. En el año dos mil nueve, una revista neerlandesa organizó un sondeo entre lectores y el resultado colocó a Charleroi, en Bélgica, como “la ciudad más fea del mundo”. Desde entonces, el titular se repite en artículos, foros y redes, como si fuera una verdad sólida.
Por qué Charleroi fue llamada “la ciudad más fea del mundo”
La historia empieza en internet, con una revista holandesa que lanzó una sencilla encuesta a sus lectores. No hubo un jurado experto, ni urbanistas, ni sociólogos, ni arquitectos. Solo opiniones sueltas de usuarios que votaban desde su ordenador y que, al final, señalaron a Charleroi como ganadora de un título envenenado. Aquella encuesta en línea no tuvo método sólido ni criterios claros.
Lo curioso es que esa falta de rigor no impidió el éxito del titular. Al contrario, la frase “la ciudad más fea del mundo” era tan contundente que muchos medios la reprodujeron sin matices. Blogs, webs de viajes y redes sociales copiaron la etiqueta una y otra vez, casi siempre sin revisar el origen. Poco a poco, el apodo se pegó a Charleroi hasta formar parte de su imagen pública, como si fuera una verdad objetiva y no un simple juego de votos.
Una encuesta polémica que se hizo viral
En dos mil nueve, internet ya premiaba todo lo que sonara extremo. Una encuesta polémica con una pregunta exagerada tenía muchas opciones de hacerse viral. Eso fue lo que ocurrió con Charleroi.
En lugar de discutir cómo se había hecho el ranking, la mayoría de artículos repitieron la misma frase. Importó menos el contenido y más el gancho para atraer clics. El peso del titular ganó a los datos, y la ciudad quedó unida para siempre a un listado sin valor académico ni estadístico. Ahí empezó una larga reputación online que todavía hoy aparece cuando alguien busca información sobre ella.
Cuando un titular define la reputación de una ciudad
Un solo titular puede actuar como un filtro que tiñe todo lo que viene después. Muchas personas se quedan con esa frase y ya miran cualquier foto o comentario de Charleroi con prejuicio. Son juicios rápidos, que no dan espacio a matices ni a segundas miradas.
No pasa solo con Charleroi. En España, algunos rankings en portales y redes han señalado a ciudades como Parla o Albacete como poco agraciadas. A veces usan datos de reseñas, otras veces opiniones de usuarios o incluso sistemas de IA que analizan comentarios. En todos los casos, un par de palabras llamativas bastan para crear un estigma que condiciona la percepción de miles de lectores que ni siquiera han visitado el lugar.
¿De verdad existe una ciudad “más fea” del mundo?
La idea de que se pueda medir la fealdad de una ciudad como si fuera su temperatura carece de base sólida. Una ciudad es un conjunto de capas, donde influyen su historia, su clima, su relieve, su economía y, por supuesto, los gustos personales de cada uno. Lo que a un viajero le parece gris o caótico, a otro le puede resultar interesante por su pasado industrial o su vida cultural.
Incluso los estudios recientes que hablan de “ciudades más feas” usan materiales frágiles. Muchos se basan en reseñas de Google Maps, en valoraciones en portales de viajes o en análisis automáticos de texto. No hay reglas objetivas. Solo hay patrones de opinión que reflejan modas, prejuicios, chistes y enfados puntuales. De nuevo aparecen casos de ciudades españolas como Parla o Albacete, citadas sin mala intención pero usadas como ejemplo fácil. Su presencia en estos listados sirve más para llamar la atención que para explicar cómo se vive realmente allí.
Cuando se mira de cerca, no existe una medida única de belleza urbana. Hay barrios cuidados en ciudades con mala fama y zonas degradadas en destinos muy promocionados. La experiencia cambia según la calle, la hora, la compañía y las expectativas del visitante. La etiqueta de “más fea” simplifica una realidad compleja y refuerza una fama injusta.

Gustos personales, datos dudosos y rankings llamativos
La mayoría de listados sobre ciudades feas descansan sobre una base frágil de subjetividad. Suelen mezclar quejas de vecinos, bromas internas, fotos poco favorecedoras y críticas puntuales. A veces, plataformas o consultoras presentan un ranking viral que combina reseñas y puntuaciones. Parece algo técnico, pero esas reseñas también arrastran prejuicios, enfados con los servicios públicos o comparaciones con destinos muy distintos.
En este contexto, muchas encuestas sin rigor se confunden con estudios serios. Y a partir de ahí, es fácil que se tome una conclusión tajante sobre un lugar que solo se conoce a través de una pantalla.
Lo que no se ve en una foto o en un titular
La belleza de una ciudad no cabe en una foto panorámica ni en un ránking de dos líneas. Hay detalles que solo se descubren al caminarla. La vida local, las conversaciones en un bar, los mercados de barrio, los acentos, los olores de la comida que sale de las casas, todo eso construye una experiencia urbana que no aparece en un meme.
En Charleroi, como en tantas otras ciudades marcadas por el pasado industrial, hay historias humanas de esfuerzo, de migraciones, de comunidades que se apoyan en tiempos difíciles. Hay pequeños parques donde juegan los niños, murales de arte urbano, asociaciones culturales que cuidan la memoria del lugar. Muchos viajeros que llegan con bajas expectativas reconocen después que su opinión cambia al ver estos matices y que vale la pena mirar más allá de la primera impresión.
Cómo mirar Charleroi con otros ojos
Charleroi arrastra un pasado industrial fuerte, ligado a la minería y a la siderurgia. Eso dejó cicatrices, zonas grises, chimeneas y edificios industriales que durante años se asociaron al declive económico. Esa imagen pesó al formarse su fama de ciudad fea. Sin embargo, en los últimos años la ciudad intenta usar esas mismas huellas como punto de partida para una nueva etapa.
Se han impulsado procesos de transformación urbana, con reformas en el centro, rehabilitación de naves y proyectos culturales que ocupan antiguas fábricas. Aparecen nuevos espacios verdes, rutas de arte urbano y actividades que buscan reactivar las calles. Las autoridades locales y muchos vecinos quieren cambiar el relato, no borrando el pasado, sino convirtiéndolo en nuevas oportunidades para quienes viven allí y para quienes llegan de fuera.
Esta historia invita a leer cualquier ránking de “ciudades feas” con más calma. En lugar de tomar el titular como una sentencia, el lector puede adoptar una actitud abierta, contrastar fuentes y fijarse en la diversidad de voces que hablan sobre un lugar.
De ciudad industrial gris a proyecto de cambio
Durante décadas, Charleroi fue símbolo de un modelo industrial que se agotaba. Fábricas cerradas, contaminación, paro y barrios enteros marcados por la monotonía. Esa combinación alimentó el cliché de ciudad gris. Con el tiempo, surgieron iniciativas para dar un giro. Se renovaron calles y plazas, se recuperaron edificios para usos culturales y se apostó por el arte urbano como forma de expresión.
Esa transformación urbana no borra los problemas ni convierte la ciudad en un decorado perfecto, pero sí abre un camino distinto. El mismo paisaje que antes se retrataba como triste empieza a leerse como testimonio de una historia compartida, con nuevas oportunidades para emprendedores, artistas y colectivos sociales.
Qué puede aprender el lector de la historia de “la ciudad más fea”
La etiqueta de Charleroi funciona como una advertencia sobre la fuerza de un buen titular. Un lector atento puede usar esta historia para practicar pensamiento crítico. Antes de repetir que un lugar “es feo”, conviene revisar de dónde sale esa frase, quién la difunde y con qué interés.
Al leer un ranking viral o una lista de ciudades “horribles”, vale la pena preguntarse qué voces faltan allí. Falta la mirada de quienes viven, trabajan, aman y sufren en esas calles. Viajar o informarse sin prejuicios, con una mirada curiosa, permite descubrir matices que nunca aparecen en esos listados extremos.
La experiencia de Charleroi muestra que una encuesta ligera puede marcar a una ciudad durante años, pero no define su valor ni la riqueza de su gente. La belleza urbana es relativa, cambia con el tiempo y con la mirada de quien observa. Tal vez el lector pueda pensar en alguna ciudad cercana que haya sido infravalorada, y preguntarse qué historias, qué rincones y qué belleza escondida se pierden cuando solo se mira el titular que más ruido hace.
