Ayuno intermitente: quiénes deben evitar esta práctica y por qué

El ayuno intermitente ha ganado popularidad gracias a resultados prometedores en la pérdida de peso y el control metabólico. Muchos lo ven como una solución moderna para equilibrar la alimentación y obtener beneficios para la salud, desde mejorar parámetros como el colesterol hasta optimizar la sensibilidad a la insulina. Sin embargo, no todos los organismos reaccionan igual.
Riesgos y efectos adversos del ayuno intermitente
El ayuno intermitente consiste en alternar períodos sin comer con ventanas para alimentarse. Se han identificado efectos positivos en estudios controlados, como la pérdida moderada de peso, mejoría de los lípidos en sangre y posible regulación de la inflamación. No obstante, la literatura científica advierte efectos indeseables y posibles complicaciones si no se realiza bajo supervisión o se descuidan aspectos nutricionales fundamentales.
La práctica puede inducir sensación de fatiga, pérdida de concentración, irritabilidad, hambre intensa y alteraciones del sueño. En algunas personas, especialmente si no han adaptado su organismo, pueden aparecer síntomas digestivos como náuseas, diarrea, estreñimiento o distensión abdominal. El riesgo de deshidratación aumenta si no se presta atención a la ingesta hídrica durante los períodos de ayuno, ya que la restricción de alimentos implica también un menor consumo de líquidos.
El desequilibrio de nutrientes básicos, como proteínas, minerales y vitaminas, es otra consecuencia posible. Cuando la dieta no es cuidadosamente planificada, pueden surgir déficits que impactan el sistema inmune, la salud ósea y la energía diaria. También se han documentado dolores de cabeza, principalmente relacionados con la falta de glucosa o la abstinencia de cafeína.
Posibles complicaciones físicas y metabólicas
Entre los riesgos más serios destacan la hipoglucemia, especialmente en personas sensibles a los cambios de azúcar en sangre. Este descenso de glucosa puede causar mareos, sudoración, temblores y, en casos graves, pérdida de conciencia. El ayuno puede alterar el perfil hormonal, afectando la tiroides o elevando el cortisol, la hormona del estrés.
La deshidratación es otro peligro subestimado. Al reducir la frecuencia de comidas, baja la cantidad de agua aportada por los alimentos, lo que puede llevar a calambres, hipotensión y mayor riesgo de daño renal en quienes ya tienen compromisos previos en sus riñones.
Problemas digestivos como la aparición de cálculos biliares, dada la irregularidad en la liberación de bilis, son también más probables al espaciar demasiado las comidas. En personas con antecedentes o diagnóstico de enfermedad renal, el ayuno puede precipitar crisis o agravar la insuficiencia renal por la alteración en la excreción de productos de desecho.
Impacto psicológico y relación con trastornos alimenticios
Desde el punto de vista psicológico, el ayuno intermitente puede desencadenar ansiedad y pensamientos obsesivos sobre la comida. Las alteraciones en el estado de ánimo suelen estar relacionadas con el malestar físico, la restricción calórica o la tensión social que genera saltarse comidas en entornos familiares o laborales.
El riesgo aumenta para quienes han tenido o tienen un historial de trastornos de la alimentación, como anorexia, bulimia u ortorexia. Personas propensas a la culpa o la obsesión con las restricciones pueden experimentar un repunte de conductas desadaptativas, que facilitan la recaída en patrones poco saludables. Incluso en quienes no han recibido un diagnóstico, la presión por seguir reglas estrictas puede derivar en depresión, aislamiento social y deterioro del bienestar emocional.
Grupos que deben evitar el ayuno intermitente y justificación médica
No todas las personas pueden beneficiarse del ayuno intermitente y, en ciertos casos, representa un peligro real. Los organismos de salud y expertos en nutrición han identificado con claridad los grupos que deben abstenerse de practicarlo, dadas las posibles consecuencias graves.

Embarazadas, lactantes y niños
Las etapas de embarazo y lactancia requieren un aporte continuo y suficiente de nutrientes para el desarrollo del bebé y el mantenimiento de la salud materna. El ayuno puede derivar en carencias de hierro, calcio, proteína y otros micronutrientes críticos, poniendo en riesgo el crecimiento y la salud futura del niño.
En los niños y adolescentes, con mayor razón, el ayuno amenaza el desarrollo físico y cognitivo. Estas etapas demandan energía y nutrientes para procesos de crecimiento celular, formación ósea y maduración cerebral. Suspender comidas o reducir la cantidad de alimentos puede llevar a retrasos en el crecimiento, dificultades escolares y alteraciones del metabolismo a largo plazo.
Personas con diabetes, insuficiencia renal o bajo tratamiento farmacológico
El manejo de la diabetes tipo 1 o 2 requiere control estricto del azúcar en sangre. El ayuno puede provocar hipoglucemias severas, especialmente en quienes usan insulina o hipoglucemiantes orales. La falta de regularidad en las comidas dificulta la dosificación de medicamentos, lo que puede derivar en emergencias médicas.
La insuficiencia renal es una contraindicación clara. Los pacientes renales necesitan asegurar una hidratación estable y evitar alteraciones bruscas en la ingesta de proteínas y minerales. El ayuno puede incrementar el riesgo de daño renal irreversible, descompensaciones metabólicas o acumulación de tóxicos en la sangre.
Quienes están bajo tratamiento farmacológico crónico con medicinas que requieren alimentos para su absorción o disminución de efectos secundarios, como antiinflamatorios, antihipertensivos y ciertos antibióticos, no deben ayunar sin consentimiento médico. La omisión de comidas favorece complicaciones como úlceras gástricas y disminuye la eficacia de los medicamentos.
Pacientes con trastornos de la alimentación y adultos mayores
Las personas con antecedentes de trastornos alimenticios presentan alto riesgo de recaída al implementar restricciones como el ayuno intermitente. Los patrones obsesivos y la vulnerabilidad emocional pueden reactivarse, dificultando la recuperación y empeorando el pronóstico.
En los adultos mayores, especialmente quienes superan los 70 años, el ayuno puede precipitar pérdida muscular, deshidratación y deficiencias nutricionales. A esta edad hay una menor reserva física y mayor fragilidad, por lo que los cambios bruscos en la dieta pueden afectar la autonomía, el sistema inmune y la capacidad de recuperación ante enfermedades o lesiones. La desnutrición en este grupo impacta la calidad de vida y eleva el riesgo de complicaciones graves.
Un enfoque seguro y personalizado siempre requiere acompañamiento profesional y la certeza de que las necesidades individuales están cubiertas en cada etapa de la vida o condición médica. El ayuno intermitente, aunque atractivo como tendencia, no está hecho para todos y puede resultar más riesgoso que benéfico en ciertos casos.