Confirmado, en España se toma el peor café de Europa

En casi cualquier bar de España se puede pedir “un café” sabiendo que la experiencia dista mucho de lo que viven italianos, suecos o austriacos. Pese a ser uno de los países que más café consume en Europa, expertos y estudios coinciden: España arrastra una reputación de servir uno de los cafés de menor calidad del continente. Mientras en otros países se premia el origen, la variedad y la preparación cuidada, aquí prevalecen hábitos y motivaciones económicas que relegan el sabor y la calidad a un segundo plano. El contraste con la cultura cafetera europea no puede ser más evidente.
¿Por qué el café español tiene tan mala fama?
La crisis del sabor del café en España tiene raíces profundas. Más de la mitad del café que se sirve en los bares se basa en mezclas baratas, tipificadas por el uso habitual de la variedad robusta. Este grano resiste más plagas y crece en ambientes menos exigentes, lo que reduce su precio, pero otorga al café una alta acidez y un amargor notable, características poco buscadas en cafés de calidad.
El problema se agrava con la técnica tradicional del torrefacto. Muchas cafeterías mezclan gran parte de café robusta con este grano tostado con azúcar, buscando una bebida más oscura y densa, aunque el resultado es un sabor fuertemente amargo y a menudo quemado. La costumbre se mantiene no sólo por razones de gusto, sino por la economía y la tradición. A pesar de un cambio de tendencia en las grandes ciudades, el café de baja calidad sigue reinando en la mayoría de barras españolas.
Con el paso del tiempo, el consumidor ha asociado el café amargo y potente a una experiencia “auténtica”, ignorando que esta costumbre nace de la postguerra y la necesidad de conservar los granos por meses, cuando no se podía acceder a café de calidad ni fresco. La economía manda: un café fuerte, barato y que invita a consumir azúcar extra. Pero el precio a nivel sensorial y potencialmente a nivel de salud es alto.
El torrefacto, una tradición perjudicial
El café torrefacto es una particularidad local que suma a la mala fama del café español. Surgió tras la Guerra Civil, y consiste en tostar el grano añadiendo un 15% de azúcar. Este proceso generaba una capa de caramelo quemado que protegía el grano de la humedad y permitía almacenarlo durante largas temporadas.
El resultado son cafés con un sabor dominado por el amargor y notas a quemado. Lo que comenzó como una solución ingeniosa al desabastecimiento se transformó en norma en bares y cafeterías. Sin embargo, investigaciones han alertado sobre la presencia de sustancias dañinas asociadas al azúcar caramelizado a alta temperatura, similares a las que se generan al cocinar carne a la parrilla. Aunque no se ha fijado una regulación sanitaria específica, sí se considera un hábito poco recomendable.
A esto se añade un hecho curioso: el torrefacto no sólo no hace el café más dulce, sino que exige añadir aún más azúcar al servirlo, multiplicando los riesgos asociados al consumo excesivo de azúcar, como obesidad y diabetes. La autenticidad, en este caso, va en contra del paladar y la salud.

El peso de la economía y la costumbre
El bajo coste del café robusta y la inercia del mercado explican por qué el café de pobre calidad perdura en la cultura española. Muchos bares priorizan maximizar márgenes sobre buscar calidad en el origen. El fuerte amargor resulta familiar y refuerza la idea de un café “de siempre”, aunque esto penalice la experiencia de quienes buscan matices y suavidad.
España ha incrementado el consumo interno y la producción, liderando en volumen, pero no en excelencia. Con cafeteras de cápsulas instaladas en el 65% de los hogares y una oferta abrumadora de productos de supermercado, la comodidad vence a menudo a la exigencia. El hábito, transmitido durante generaciones, ha acostumbrado a los clientes a lo espeso, amargo y barato; cambiar de mentalidad requiere tiempo y educación sensorial.
España frente al café europeo: un salto pendiente
La brecha con otros países europeos es palpable. En Italia, Austria, Francia y el norte de Europa, la cultura del café lleva años avanzando hacia la calidad. Cafeterías apuestan por cafés de origen único, granos arábica cuidadosamente seleccionados y métodos que realzan aromas y matices sutiles. El consumidor medio valora la trazabilidad y busca nuevas experiencias sensoriales, impulsando la innovación y la sostenibilidad en la cadena de suministro.
En gran parte de Europa occidental, grandes y pequeños negocios invierten en formación, tostadores artesanos y productores que priorizan métodos responsables y ecológicos. Las marcas cuidan cada paso, desde la finca hasta la taza, construyendo una oferta tan diversa como exigente. Esto contrasta con el inmovilismo de muchos bares españoles, que aún asocian el buen café a intensidad y cuerpo, relegando la riqueza de matices a un nicho minoritario.
Tendencias de calidad: café de especialidad y trazabilidad
El auge del café de especialidad en ciudades como Berlín, Londres o Copenhague marca distancia. Consumidores buscan etiquetas que detallen el origen, la variedad y la fecha de tueste. La tendencia se afianza con sellos de sostenibilidad y comercio justo, que garantizan tanto la calidad como prácticas responsables.
En España, la oferta de café de especialidad crece a buen ritmo, con un aumento estimado del 15% anual en los últimos años. Sin embargo, aún representa una pequeña fracción del mercado total. El consumidor medio comienza a interesarse por la trazabilidad, pero la realidad es que el grueso del café que se bebe sigue procediendo de mezclas económicas y torrefacto, muchas veces importado de países donde todavía se permite su producción.
Países como Portugal, Escandinavia o Italia siguen a la cabeza en la apuesta por la excelencia. En estos lugares, la preparación y el servicio son tan importantes como el grano, y la experiencia del cliente se coloca en el centro.
¿Hay una mejora posible para el café español?
En el panorama español empiezan a verse señales de cambio. Las grandes ciudades han visto nacer cafeterías modernas que apuestan por la calidad, tostadores independientes y clientes más informados. El acceso a café premium, sostenible y con origen garantizado se ha expandido gracias al comercio online y a la llegada de productos de todo el mundo.
Un nuevo perfil de consumidor exige transparencia e innovación. El crecimiento del café de especialidad evidencia una demanda latente por sabor real, ética y cuidado en la experiencia. Cada vez más profesionales del sector apuestan por capacitarse y ofrecer una carta capaz de competir con las mejores cafeterías de Europa.
Estos brotes verdes aún son minoritarios, pero señalan el inicio de una transformación. El café de calidad se cuela poco a poco en bares y hogares, y el cambio de perspectiva puede modificar, con el tiempo, la percepción global del café español.