¿Alguna información? ¿Necesitas contactar al equipo editorial? Envía tus correos electrónicos a [email protected] o ve a nuestro formulario.
Salud

Estudio confirma que hacer ejercicio en el embarazo modifica la placenta

¿Puede el movimiento suave de una mujer embarazada cambiar la forma en que su bebé recibe oxígeno y nutrientes? Un trabajo internacional de la Universidad de Granada y la Universidad de Graz sugiere que sí. Este estudio, publicado en el año 2025 en Journal of Sport and Health Science, analizó cómo el ejercicio concurrente durante la gestación modifica la placenta y reduce la inflamación.

En la investigación participaron setenta y seis mujeres embarazadas. Un grupo siguió un programa de ejercicio combinado, tres veces por semana, desde la semana diecisiete de embarazo hasta el parto, siempre bajo supervisión profesional, mientras que otro grupo mantuvo sus hábitos habituales sin un plan dirigido de actividad física.

Los resultados apuntan a que estos cambios dentro de la placenta no son solo un dato de laboratorio. Se relacionan con una mejor salud para la madre y el bebé, con menor inflamación y una ganancia de peso más controlada, aspectos clave en la prevención de complicaciones metabólicas durante la gestación.

Qué descubrió el estudio sobre ejercicio en el embarazo y placenta

El corazón del trabajo muestra que las gestantes que participaron en el programa de ejercicio supervisado presentaron niveles más altos de G‑CSF y concentraciones más bajas de proteínas asociadas a la inflamación, como TNF e IL‑seis. Este perfil indica una placenta más activa y equilibrada, capaz de sostener mejor el desarrollo del feto y de responder con más eficiencia a las demandas del embarazo.

El ejercicio se diseñó para ser seguro y accesible, con sesiones que combinaban cardio suave y fuerza moderada. No se trataba de entrenamiento intenso, sino de un estímulo constante que mantuviera al cuerpo en movimiento sin sobrecargarlo.

Tipo de ejercicio, frecuencia y momento del embarazo

El programa se basó en ejercicio concurrente, es decir, una mezcla planificada de actividad aeróbica y trabajo de fuerza en la misma rutina. Cada semana las participantes acudían a tres sesiones guiadas, repartidas a lo largo de los días, desde el segundo trimestre de embarazo hasta el momento del parto.

Las sesiones incluían caminatas o ejercicios aeróbicos de baja a moderada intensidad y movimientos de resistencia con peso ligero o el propio peso corporal. Todo se adaptaba al estado de cada mujer y se ajustaba de forma progresiva, lo que reforzaba la seguridad y ayudaba a mantener una rutina estable, un factor clave para que el organismo se beneficie del estímulo del ejercicio.

Cambios moleculares: G‑CSF más alto y menos inflamación

A nivel biológico, el hallazgo más destacado fue el aumento de la proteína G‑CSF, relacionada con un mejor desarrollo de la placenta y con un peso gestacional adecuado. Esta molécula ayuda a que el tejido placentario se organice y funcione de forma más eficiente, algo especialmente relevante cuando aumentan las demandas de oxígeno y nutrientes del bebé.

Al mismo tiempo, las placentas de las mujeres que se ejercitaron mostraron menos proteínas ligadas a la inflamación, como TNF e IL‑seis. Esta reducción sugiere un entorno interno más estable, que podría proteger frente a complicaciones metabólicas durante el embarazo, sobre todo en contextos de sobrepeso u obesidad, donde los marcadores inflamatorios suelen estar elevados.

Foto Freepik

Por qué el sexo del feto cambia la respuesta de la placenta al ejercicio

El estudio no solo se centró en los cambios generales, también analizó si la respuesta de la placenta variaba según el sexo del feto. Los investigadores observaron diferencias claras entre embarazos de niños y de niñas, lo que abre una línea de trabajo muy interesante para la medicina prenatal.

Según explicó el autor principal, Pedro Acosta‑Manzano, el sexo del feto influye en cómo la placenta responde al ejercicio. En otras palabras, el mismo programa de actividad física no produce exactamente los mismos cambios cuando el embarazo es de un niño que cuando es de una niña, lo que sugiere que la biología fetal condiciona la adaptación placentaria y abre la puerta a una atención más personalizada.

Placentas de fetos femeninos: más beneficio inflamatorio

En las placentas de fetos femeninos el efecto del ejercicio fue especialmente marcado. Se registró un aumento más intenso de G‑CSF y una caída más pronunciada de los marcadores inflamatorios, lo que apunta a una protección adicional frente a procesos relacionados con la inflamación crónica.

Este patrón se asoció también con un peso gestacional adecuado en las madres que se movieron de forma regular. Un aumento de peso más controlado, unido a una placenta menos inflamada, puede reducir el riesgo de complicaciones metabólicas a corto y largo plazo, tanto para la mujer como para la futura niña.

Qué significan estos resultados para la salud de la madre y el bebé

Lee también:

En términos prácticos, los hallazgos refuerzan la idea de que el ejercicio en el embarazo, cuando es seguro y está bien guiado, puede convertirse en una herramienta de cuidado prenatal. Una placenta que funciona mejor facilita el paso de oxígeno y nutrientes, regula mejor la respuesta inflamatoria y puede mantener un entorno más estable para el desarrollo fetal.

Para la madre, este escenario se relaciona con menor inflamación sistémica y con un metabolismo más equilibrado, aspectos clave para reducir el riesgo de diabetes gestacional, hipertensión y otras complicaciones ligadas al exceso de peso y al sedentarismo durante la gestación.

Hacia programas de ejercicio más personalizados en el embarazo

El proyecto GESTAFIT, del que forma parte este trabajo, aporta una base científica sólida para avanzar hacia programas de actividad física personalizados en el embarazo. Con el tiempo, la información sobre el sexo del feto, el estado metabólico de la madre y otros factores clínicos podría ayudar a diseñar rutinas de ejercicio más ajustadas a cada gestante.

Los datos respaldan la seguridad del ejercicio supervisado en mujeres sanas y muestran que no solo mejora la condición física, también modifica procesos moleculares dentro de la placenta. Estos resultados de la Universidad de Granada y la Universidad de Graz acercan a una medicina prenatal más personalizada, en la que el movimiento se entiende como una herramienta de salud materno‑fetal, con efectos que empiezan mucho antes del nacimiento.

¿Le resultó útil este artículo?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *