5 cosas que nunca debes decirle a un niño con ansiedad

Cuando un niño siente ansiedad, su mundo se vuelve incierto. El corazón late más rápido, las manos sudan y los pensamientos se enredan en una maraña de temores difíciles de explicar. Los padres y cuidadores desean ayudar, pero a veces terminan diciendo palabras que, sin intención, agravan el problema. Entender el impacto de estas frases es un primer paso para brindar verdadero apoyo.
El peso de las palabras en la infancia
La ansiedad infantil se manifiesta de muchas formas: miedo a separarse de los padres, temor a los exámenes, incomodidad ante lo desconocido. Son sensaciones reales que afectan su vida diaria, incluso cuando parecen “pequeñas” desde una visión adulta. Lo que se dice en esos momentos puede dejar una marca profunda en la mente y el corazón del niño.
Algunas expresiones minimizan su experiencia, otras generan culpa o refuerzan la idea de que lo que sienten está mal. Por eso, elegir con cuidado las palabras no es un gesto menor; es una herramienta para construir confianza y seguridad.
“No es para tanto, deja de preocuparte”
Esta frase, habitual en muchos hogares, sugiere que el sentimiento del niño carece de importancia. Cuando escucha que “no es para tanto”, ese niño percibe que sus emociones están fuera de lugar o que está exagerando. Esto puede reducir su disposición a compartir sus miedos en el futuro y, en vez de calma, sentir más aislamiento.
Validar lo que siente no significa compartir el miedo, sino reconocer que su angustia es real y que merece respeto. Acompañar con una frase como “entiendo que esto te preocupa” puede ser mucho más útil.
“Eso sólo está en tu cabeza”
La ansiedad no es un simple capricho mental. Decirle a un niño que todo lo que siente está en su mente desacredita su realidad interna. La ansiedad deja huellas físicas: palpitaciones, dolor de estómago, insomnio. Minimizarla hace que el niño piense que hay algo mal en él y que debe ocultar sus emociones para no ser juzgado.
El mensaje correcto busca reconocer: “veo que esto te está costando, ¿quieres contarme más?” Así, el niño aprende a identificar y expresar lo que siente, en lugar de esconderlo.

“Haz un esfuerzo, no es tan difícil”
La ansiedad no se trata de voluntad. Decir “haz un esfuerzo” traslada toda la carga emocional al niño, como si pudiera elegir no sentirse así. Esto puede disparar sentimientos de culpa y frustración. Por dentro, el niño podría pensar: “si todos lo logran menos yo, debe ser porque no sirvo”.
Apoyar significa decir “estoy aquí para ayudarte, aunque no sea fácil”. Estar presente es más valioso que exigir resistencia. La sensación de compañía y comprensión favorece el desarrollo de estrategias personales para enfrentar los temores.
“No tienes por qué tener miedo”
El miedo es irracional, sí, pero no por eso deja de ser real para quien lo siente. Decir “no tienes por qué” puede sonar lógico para un adulto pero no ayuda al niño, porque ignora la intensidad de su preocupación. Él no elige sentir miedo; simplemente, lo experimenta.
Una alternativa positiva sería expresar: “entiendo que tu corazón late fuerte, eso pasa a veces cuando estamos asustados y está bien”. De esta manera, se normalizan las reacciones emocionales y se da permiso para hablar de ellas.
“Eres demasiado sensible”
Etiquetar a un niño de “sensible” suele usarse para corregir o justificar algo, pero suena a crítica encubierta. Los niños que reciben etiquetas tienden a formar su identidad en torno a ellas. La sensibilidad puede ser una fortaleza, pero caer en la comparación o la etiqueta transmite un mensaje de invalidez.
Mejor es destacar que sentir mucho no es un problema: “tienes una gran capacidad para sentir y eso también es importante”. Validar sus emociones le permite construir autoestima y relaciones empáticas.
¿Cómo acompañar de verdad?
Hablar con un niño ansioso implica escucha, paciencia y mucho respeto. Las emociones complejas requieren espacios donde se puedan expresar sin miedo a ser ridiculizados o castigados. Crear rutinas previsibles, enseñar ejercicios simples de respiración, evitar la exposición brusca a situaciones temidas y modelar respuestas tranquilas ayuda a crear un entorno seguro.
Es fundamental recordar que los niños absorben el modo en que los adultos gestionan sus propias emociones. Mostrar autocuidado y buscar ayuda profesional si la ansiedad del niño interfiere con su vida diaria puede cambiar el rumbo de su bienestar.
Las palabras pueden ser abrigo o pueden ser un muro. Elegir con conciencia fortalece la conexión y le enseña al niño que no está solo, que sus emociones importan y que siempre hay un camino para atravesarlas juntos.