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Salud

Linfoma de Hodgkin: ¿Qué es y cuáles son los tratamientos?

El linfoma de Hodgkin es un tipo de cáncer que comienza en el sistema linfático y se distingue por la presencia de las células de Reed-Sternberg. Este cáncer tiene un impacto profundo tanto a nivel individual como social, ya que suele afectar a personas jóvenes y mayores, exigiendo un reto médico importante. Comprender su origen y los enfoques de tratamiento actuales ayuda a dimensionar la relevancia de esta enfermedad y las posibilidades reales de recuperación.

¿Qué es el linfoma de Hodgkin?

El linfoma de Hodgkin nace de una alteración en los linfocitos B, células encargadas de proteger el organismo ante infecciones. Estas células comienzan a multiplicarse de manera anormal, colonizando ganglios linfáticos y otros órganos, y formando las características células de Reed-Sternberg que señalan la enfermedad al microscopio.

A medida que avanzan, estos linfocitos transformados pueden producir síntomas como fiebre persistente, sudores nocturnos, prurito, pérdida de peso inexplicada y fatiga. En la mayoría, los ganglios afectados no producen dolor y se detectan en el cuello, axilas o ingles.

Aunque su causa concreta es desconocida, ciertos factores aumentan el riesgo: la edad, el sexo masculino y antecedentes de infecciones virales, como el virus de Epstein-Barr. Sin embargo, muchas personas aparecen sin ninguna causa identificable.

Subtipos y factores de riesgo del linfoma de Hodgkin

Existen dos formas principales: el linfoma de Hodgkin clásico y el de predominio linfocítico nodular, menos frecuente. El tipo clásico representa la gran mayoría de los casos y engloba cuatro subtipos según el aspecto de las células y la organización del tumor. El predominio linfocítico nodular destaca por afectar más a hombres y muestra una evolución lenta, aunque puede transformarse en otros linfomas a lo largo del tiempo.

Los factores de riesgo más claros incluyen la juventud, sobre todo entre los 15 y 30 años, y una segunda incidencia en mayores de 60. Los hombres son levemente más propensos. Haber tenido contacto previo con ciertos virus, como el de Epstein-Barr, o tener antecedentes familiares de linfoma, también suma riesgo, aunque la mayoría de los pacientes no presenta relación directa con estos factores.

Foto Freepik

Diagnóstico y estadificación

El diagnóstico comienza con la biopsia de un ganglio linfático afectado, indispensable para estudiar a fondo las células y precisar el tipo de linfoma. Pruebas sanguíneas, exámenes de médula ósea y técnicas de imagen como la tomografía (TC) y el PET-CT ayudan a determinar el alcance de la enfermedad.

La estadificación evalúa si el linfoma está confinado a una región, afecta ambos lados del diafragma o se ha extendido a órganos distantes. Esta clasificación dirige tanto el pronóstico como la intensidad del tratamiento.

Tratamientos actuales para el linfoma de Hodgkin

El enfoque terapéutico varía según el estadio, el subtipo y las condiciones personales del paciente. Las estrategias principales incluyen quimioterapia, radioterapia, terapias dirigidas, inmunoterapia y en situaciones especiales, el trasplante de células madre hematopoyéticas. La intención curativa es el objetivo en la mayoría de los casos, mientras que se estudian cuidadosamente los posibles efectos secundarios a largo plazo.

Quimioterapia y radioterapia: pilares del tratamiento

La quimioterapia consiste en administrar medicamentos para destruir las células tumorales, y suele ser la base fundamental del tratamiento. Es habitual emplear esquemas como ABVD (adriamicina, bleomicina, vinblastina y dacarbazina), ajustando el número de ciclos en función de la gravedad. Los estadios iniciales reciben menos ciclos, mientras que los avanzados requieren regímenes más prolongados.

La radioterapia generalmente complementa la quimioterapia, ayudando a consolidar la respuesta y reducir la posibilidad de recaída. Su uso se personaliza según la localización de la enfermedad, la presencia de masas voluminosas y otras características clínicas. Ambas estrategias, combinadas, han logrado tasas de curación superiores al 80% en muchos casos.

Terapias innovadoras y trasplante de células madre

Cuando el linfoma no responde a los tratamientos principales o recae tras una remisión, se emplean inmunoterapia y terapias dirigidas. Estas opciones aprovechan medicamentos que actúan de forma más específica sobre las células cancerosas. Ejemplos como los anticuerpos monoclonales (brentuximab vedotina) y los inhibidores del punto de control inmunitario (nivolumab, pembrolizumab) han demostrado prolongar la supervivencia y mejorar el pronóstico en casos complejos.

El trasplante de células madre hematopoyéticas se reserva para linfomas muy resistentes o de recaída. Este procedimiento permite administrar dosis altas de quimioterapia y “reiniciar” la médula ósea con células madre propias o de donante. Aunque es una opción exigente, ofrece oportunidades reales de recuperación en circunstancias donde otras terapias fallan.

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Efectos secundarios, seguimiento y calidad de vida

Los efectos secundarios inmediatos de los tratamientos incluyen náuseas, caída de cabello, fatiga, infecciones y alteraciones sanguíneas. A largo plazo, pueden aparecer consecuencias más serias como infertilidad, problemas cardíacos o pulmonares y un pequeño riesgo de padecer otros tumores en el futuro.

El seguimiento médico regular es clave para detectar recaídas o complicaciones. Evaluaciones periódicas y atención especializada permiten manejar síntomas, ajustar medicación y atender el bienestar físico y psicológico del paciente. Mantener una buena calidad de vida tras el tratamiento depende tanto de la prevención y el control de los efectos secundarios como del apoyo emocional y social.

Un diagnóstico precoz y la aplicación de los tratamientos adecuados han conseguido que el linfoma de Hodgkin sea uno de los cánceres con mejor pronóstico. Los avances terapéuticos continúan ampliando las posibilidades de supervivencia y la perspectiva de una vida plena tras superar la enfermedad.

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