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Pasó tres días en completa oscuridad y silencio; así reaccionó al abrir los ojos

Inmóvil en un espacio oscuro, sin sonido alguno, tres días pueden parecer una eternidad. Algunas personas buscan esta vivencia para cortarse del flujo constante de estímulos y conectar profundamente con su mente. Lejos de supersticiones o teorías apocalípticas, elegir pasar tres días en completa oscuridad y silencio responde a un deseo de autoconocimiento extremo. El impacto suele ser tan intenso para el cuerpo como para la mente, marcando una huella psicológica y física que persiste después de volver a la vida cotidiana.

El proceso de pasar tres días en oscuridad y silencio

Embriagarse en silencio y oscuridad absoluta exige decisión y una preparación consciente. Quien lo elige no busca experimentar milagros, sino observar qué sucede cuando se apagan todos los estímulos externos.

Preparativos y entorno controlado

La preparación es fundamental. Se recomienda contar con un espacio seguro y cerrado, protegido de fugas de luz y ruidos. Muchos optan por habitaciones especialmente diseñadas, con camas sencillas y sin ventanas. El entorno debe garantizar la total ausencia de distracciones, ya que incluso el goteo de un grifo podría alterar el efecto buscado.

En la etapa previa, es común practicar meditación, ejercicios de respiración e introspección. Se evita el consumo de cafeína o sustancias que alteren el sistema nervioso. La persona también suele preparar su cuerpo con una dieta ligera, reduciendo el esfuerzo físico antes del retiro.

Desarrollo de la experiencia: fases internas

Formar parte de este experimento es transitar por distintas etapas internas. Al principio, muchos relatan una lucha constante con la mente, que se resiste al vacío de estímulos. Es aquí donde aparece el desmantelamiento del ego: sin espejos, sin contacto externo, el sentido propio se redefine.

Tras las primeras horas, el torrente mental se intensifica. Los pensamientos pueden volverse más profundos, incluso llegar a recuerdos reprimidos o emociones olvidadas. La percepción del tiempo y el espacio empieza a distorsionarse. Horas que parecen días, o períodos de confusión alternando lucidez y distracción.

En algunos casos, la absoluta falta de luz y sonido conduce a experimentar sensaciones físicas inusuales. El cuerpo puede sentirse liviano, pesado o expandido. El sentido del equilibrio y la orientación pueden confundirse, reforzando la noción de que la verdadera experiencia ocurre dentro de la propia mente.

Foto Freepik

Efectos psicológicos y fisiológicos de la privación sensorial

Este tipo de aislamiento, conocido como privación sensorial, ha sido estudiado por la neurociencia desde hace décadas. Cuando dura más de 48 horas, provoca cambios tangibles en la percepción, el pensamiento y el funcionamiento físico.

Beneficios comprobados sobre la mente y el cuerpo

Uno de los principales efectos positivos observados en entornos controlados es la regulación del sistema nervioso. El silencio y la oscuridad, libres de interrupciones, ofrecen un respiro al cerebro. Algunos sujetos relatan una claridad mental renovada tras la experiencia, describiendo sensaciones de paz genuina y calma interna.

Se ha visto que la privación temporal de estímulos puede fortalecer la introspección y la creatividad. Al cesar el ruido externo, el cerebro reorganiza recuerdos y emociones, facilitando el procesamiento de experiencias pasadas y la resolución de conflictos internos.

Este proceso activa también una mayor sensibilidad sensorial cuando termina el retiro. Los colores parecen más brillantes, los sonidos más intensos y los sabores distintos. Es como si la mente y el cuerpo se reiniciaran, atentos a cada señal del entorno.

Riesgos y efecto sobre la percepción y la salud mental

No todo es positivo. La privación sensorial prolongada implica riesgos comprobados, sobre todo cuando el entorno o la salud previa no son los adecuados. Los estudios muestran que la ausencia total de luz y sonido puede generar alucinaciones visuales o auditivas, incluso en personas sin antecedentes de enfermedades mentales.

Es frecuente que aparezcan desorientación, ansiedad o episodios leves de depresión. El aislamiento extremo puede provocar también disminución en la capacidad de concentración y memoria. Personas con vulnerabilidad psicológica, tendencia a la ansiedad o cuadros previos pueden experimentar efectos más marcados y duraderos.

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Las capacidades motoras se ven afectadas después de 48 horas, siendo más lento el movimiento y la coordinación al volver a la luz. La recuperación suele darse pronto al regresar al entorno habitual, aunque algunas personas mantienen una sensibilidad acentuada a ruidos y luces durante días.

Reacciones físicas y emocionales al volver a la luz y al sonido

Quienes han completado tres días de oscuridad y silencio describen la experiencia de abrir los ojos como un renacimiento. El primer destello produce un shock lumínico: las paredes parecen vibrar, los colores son casi insoportables, y el cuerpo necesita segundos (a veces minutos) para reubicar sus límites en el espacio.

Emocionalmente, la sensación oscila entre el alivio y el asombro. Algunos recuperan el habla con lágrimas, abrumados por el reencuentro con sonidos cotidianos, mientras que otros sienten una serenidad inquebrantable tras la tormenta interna vivida. El sabor de un simple vaso de agua, el roce del aire sobre la piel, o el eco de una voz amiga, cobran una dimensión nueva, casi mágica.

Durante las horas y días siguientes, muchas personas reportan haber cambiado su relación con el tiempo y el espacio. La vida parece moverse más despacio, los ruidos antes ignorados se sienten amplificados, y la prisa habitual pierde sentido. El retiro en oscuridad y silencio se convierte, para quien lo ha vivido, en un punto de referencia desde el que medir el resto de su vida cotidiana, por la intensidad con que revaloriza cada pequeño estímulo al volver.

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