¿Por qué es contagioso el bostezo?

El bostezo es un reflejo universal. Uno que surge sin avisar, a veces después de una noche corta, otras veces solo porque alguien a nuestro lado lo hace. Lo verdaderamente curioso es que, aunque muchos han tratado de resistirse, basta ver o escuchar un bostezo para sentir la necesidad de imitarlo. Este fenómeno no solo aparece en humanos; varios mamíferos y aves también lo comparten.
La ciencia lleva décadas investigando este extraño impulso y, aunque aún hay debate sobre la razón de su contagio, las pistas nos acercan a comprender cómo el cerebro y la sociedad se conectan en algo tan simple como abrir la boca para bostezar.
El bostezo como respuesta fisiológica y social
Bostezar parece algo sencillo, pero en realidad, tiene un trasfondo biológico y social bien definido. El gesto moviliza la corteza motora primaria, regula el estado de alerta y responde a cambios en la temperatura cerebral. Pero más allá de lo físico, el bostezo puede activar patrones de sincronización en grupos, preparando a todos para entrar en estado de reposo o mantenerse atentos, según el contexto.
Funciones biológicas del bostezo
El bostezo cumple varias tareas dentro del organismo. Cuando una persona bosteza, aumenta el flujo sanguíneo cerebral y se incrementa el aporte de oxígeno al cerebro. Este proceso sirve para mantener la activación cortical, es decir, la capacidad del cerebro para estar despierto y atento. Hay una hipótesis popular que dice que bostezar enfría el cerebro, algo que estudios recientes respaldan parcialmente. Lo cierto es que la temperatura cerebral suele bajar ligeramente después de un bostezo, favoreciendo la claridad mental.
Existen muchos mitos sobre el bostezo. El más común sostiene que solo aparece por falta de oxígeno. Sin embargo, la ciencia muestra que el hecho de bostezar responde a una combinación de factores fisiológicos y no tanto a una única causa identificable. En resumen, el bostezo ayuda al cerebro a recuperarse del cansancio y a mantenerse alerta, y también puede preparar el cuerpo para cambiar de actividad.
El bostezo en la vida social y animal
En los humanos y en muchos animales sociales, como los chimpancés, el bostezo es un acto que sobrepasa lo individual. Ver a alguien bostezar suele provocar una reacción automática en el grupo, uniendo a todos en una breve pausa colectiva. Este acto puede ser una forma de sincronizar ritmos en actividades como cazar, dormir o estar en alerta ante el peligro.
Por ejemplo, los leones y los lobos bostezan en grupo, lo que puede indicar un cambio en la actividad colectiva o reforzar vínculos dentro de la manada. La evolución ha favorecido el bostezo en lugares donde la cooperación social es importante, convirtiéndolo en un mecanismo adaptativo que mejora la supervivencia colectiva.

Contagio del bostezo: neuronas espejo y empatía
El contagio del bostezo es más que pura imitación; es un fenómeno llamado ecofenómeno, donde un gesto se vuelve irresistible al observarlo en otros. La clave parece residir en las neuronas espejo, células que se activan cuando se observa una acción y también cuando se ejecuta directamente. Estas neuronas crean un puente entre la observación y la acción, lo que ayuda a explicar por qué ver a alguien bostezar puede hacer que surja la necesidad de hacerlo nosotros mismos.
La empatía y la imitación involuntaria también juegan un papel importante. Las personas con vínculos sociales fuertes, como familiares o amigos cercanos, tienen mayor tendencia a contagiarse de bostezos, lo que señala la influencia de los lazos emocionales y la capacidad de comprender los estados internos de los demás.
Cómo el cerebro imita el bostezo
El acto de bostezar tras ver o escuchar un bostezo ajeno implica la activación de diversas áreas cerebrales. La corteza motora y las neuronas espejo se sincronizan, facilitando que el gesto se repita de forma casi automática. Estudios con estimulación cerebral han revelado que la excitabilidad cortical influye en la susceptibilidad al bostezo contagioso: cuanto más activo esté este circuito, mayor será la probabilidad de imitar el bostezo de otra persona.
A nivel práctico, basta con mirar una imagen de un bostezo o escuchar a alguien hablar del tema para notar esa conocida presión en la mandíbula. La exposición repetida aumenta la dificultad para resistirse, reforzando la idea de que el contagio es una reacción arraigada en nuestra biología social.
Empatía, vínculos sociales y diferencias individuales
El bostezo contagioso es más frecuente entre personas que tienen empatía y lazos emocionales cercanos. Por eso es habitual que se contagie más entre amigos o dentro de la familia. La explicación está en la teoría de la mente, la capacidad de entender y representar los estados mentales de otros, aunque no es el único factor.
Diferencias genéticas, la edad y ciertas condiciones neurológicas también afectan la tendencia al bostezo contagioso. Por ejemplo, algunas personas en el espectro autista muestran menos propensión, lo que se asocia a variaciones en los circuitos de la empatía y la imitación. También se ha visto que la respuesta disminuye con la edad, aunque el motivo exacto todavía se estudia.
La presencia o ausencia de este fenómeno puede ofrecer información útil para entender mejor cómo funciona la socialización, la imitación y la comunicación no verbal en los humanos y otros animales. Estos pequeños gestos reflejan complejos procesos cerebrales cuya comprensión sigue desafiando a la ciencia moderna.