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Sexo y relaciones

¿Por qué mi pareja no me busca sexualmente?

Sentir que la pareja ya no toma la iniciativa sexual asusta, duele y confunde. Muchas personas lo viven en silencio, pensando que el problema es que ya no las quieren o que han dejado de ser atractivas. En realidad, los estudios recientes sobre deseo sexual en parejas estables muestran que se trata de una situación muy común, sobre todo en países hispanohablantes.

Motivos emocionales y de comunicación que explican por qué mi pareja no me busca

La parte emocional pesa mucho cuando una persona deja de mostrar interés sexual. Terapeutas de pareja en España y Latinoamérica repiten que los problemas de comunicación y la tensión afectiva son uno de los motivos más frecuentes de la baja iniciativa sexual. Cuando alguien se siente criticado, ignorado o poco valorado, su deseo se apaga poco a poco.

Si las conversaciones se centran solo en problemas, obligaciones o reproches, el vínculo pierde calidez. La intimidad erótica necesita un clima de confianza, no solo atracción física. Sentirse querido, tomado en cuenta y tratado con respeto prepara el terreno para que aparezcan ganas de acercarse. Cuando la relación está llena de silencios, ironías o discusiones pendientes, el cuerpo lo nota y se protege.

Resentimiento, discusiones y heridas que matan el deseo

En muchas parejas el conflicto no explota de forma abierta, pero se queda guardado. Se acumulan tareas del hogar mal repartidas, comentarios dañinos, promesas que no se cumplen y pequeñas desilusiones diarias. Todo esto genera resentimiento, un “cabreo oculto” que se instala en el fondo y crea distancia afectiva.

Aunque todavía haya amor, las heridas emocionales pueden hacer que la persona deje de sentir deseo o que evite tomar la iniciativa. No siempre se trata de una decisión consciente, más bien el cuerpo se cierra porque asocia al otro con cansancio, exigencias o injusticia. Cuando nadie habla de lo que duele, el sexo suele ser el primer afectado.

Falta de cariño diario y conexión fuera de la cama

El deseo sexual no nace solo cuando una pareja se mete en la cama. Se alimenta durante el día a día con gestos de cariño, palabras amables, humor y pequeños detalles que dicen “estoy aquí”. Si el afecto aparece solo cuando se busca sexo, la otra persona puede sentirse usada o invisible.

La falta de atención y de reconocimiento hace que la intimidad pierda sentido. Cuando alguien se siente importante para su pareja, su cuerpo se relaja y se vuelve más receptivo. La intimidad emocional abre la puerta a la intimidad física, por eso muchas personas recuperan el deseo cuando sienten escucha, ternura y complicidad en lo cotidiano.

Estrés, cansancio y rutina: razones prácticas por las que la pareja ya no busca sexo

La llamada “recesión sexual” que describen estudios recientes en países hispanohablantes muestra que las parejas estables tienen menos relaciones y menos iniciativa que hace algunos años. No solo por lo que pasa entre ellas, también por lo que ocurre fuera. El estrés, la falta de sueño y la presión económica vienen ocupando un lugar central en la vida adulta.

Jornadas de trabajo largas, desplazamientos, preocupación por llegar a fin de mes, uso excesivo del móvil y pantallas, todo esto roba tiempo y energía. Cuando se suma la crianza de hijos y la organización del hogar, muchas personas llegan a la noche rendidas. En estos casos, la falta de sexo no es un rechazo personal, es puro agotamiento.

La carga mental, el trabajo y el cuidado de los hijos

En muchas casas una persona asume más carga diaria que la otra. No solo hace más tareas, también lleva en la cabeza listas, recordatorios y planificación. Esta carga mental se suma al trabajo fuera del hogar y al cuidado de los hijos. El resultado suele ser más estrés y menos espacio para el placer.

El cuerpo prioriza sobrevivir antes que disfrutar. Cuando no hay descanso suficiente, el cerebro interpreta que no es momento para el sexo. Estudios de salud sexual en la región muestran que el cansancio sostenido reduce la frecuencia de las relaciones y la iniciativa, incluso en parejas que se quieren y se llevan bien.

Monotonía en la relación y falta de novedad en el sexo

La rutina también pesa. Cuando la relación y el sexo se vuelven siempre iguales, el cerebro se acostumbra y responde con menos intensidad. Si no hay juego, sorpresa o un mínimo cambio en los encuentros, la monotonía termina apagando las ganas.

No se trata de técnicas complicadas, sino de introducir pequeñas variaciones: otro momento del día, un ambiente distinto, una conversación erótica, un gesto diferente de seducción. Si nada cambia con el tiempo, es probable que una de las personas deje de tomar la iniciativa por pura falta de estímulos.

Causas físicas, hormonales y psicológicas que pueden reducir el deseo sexual

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No todo es emocional o relacional. Hay causas físicas y hormonales que influyen de forma directa en la salud sexual. Dolor en las relaciones, infecciones, sequedad vaginal, problemas de erección, cambios de peso o enfermedades crónicas pueden hacer que el sexo se viva con miedo o incomodidad, y eso baja mucho el deseo.

En el caso de las hormonas, la bajada de testosterona en hombres, los cambios de estrógenos en mujeres, el posparto y la lactancia afectan la libido. También la diabetes, la hipertensión y algunos medicamentos, sobre todo antidepresivos y ansiolíticos. Cada vez más especialistas insisten en que la sexualidad es una mezcla de cuerpo y emoción, no algo aislado. Si el cambio en el deseo es brusco o se mantiene, una revisión con profesionales de la salud o un sexólogo resulta una opción sensata.

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Cambios hormonales, salud física y efectos de los medicamentos

Cuando cambian las hormonas, cambia el deseo. Bajadas de testosterona, variaciones propias de la menopausia, el embarazo, el posparto y la lactancia modifican la respuesta sexual. Enfermedades como diabetes o hipertensión pueden afectar la circulación y la sensibilidad. Ciertos fármacos, sobre todo los que se usan para depresión o ansiedad, también reducen las ganas de tener sexo.

Nada de esto significa falta de amor ni de atracción. Son cambios del cuerpo que se pueden evaluar y tratar. Una consulta médica bien hecha, con mirada integral, ayuda a entender qué ocurre y a cuidar la salud sexual sin culpas.

Depresión, ansiedad y baja autoestima que apagan las ganas

La salud mental influye de forma directa en el deseo. La depresión suele traer pérdida de interés por casi todo, incluido el sexo. La ansiedad mantiene el cuerpo en alerta y dificulta la conexión con el propio placer. Muchas personas, además, cargan con una autoestima baja o se sienten poco atractivas, lo que lleva a evitar la intimidad por vergüenza o miedo a fallar.

Estos problemas son cada vez más frecuentes y no desaparecen solos. Pedir apoyo profesional es un acto de cuidado, no de debilidad. Cuando la mente se alivia, el deseo tiene más espacio para volver.

Qué puede hacer la persona si su pareja ya no la busca sexualmente

Cuando una persona siente que su pareja ya no la busca, suele reaccionar con inseguridad, rabia o tristeza. Estos sentimientos son comprensibles, pero los reproches directos suelen cerrar más la puerta del deseo. Resulta más útil hablar desde lo que se siente, sin acusar, y abrir espacio para que la otra parte explique qué le pasa.

Cuidar el vínculo emocional, revisar juntos la carga diaria, proponer pequeños gestos eróticos sin presión y considerar la ayuda de un terapeuta de pareja o sexólogo puede marcar la diferencia. El objetivo no es forzar a nadie a tener sexo, sino entender qué está pasando y buscar un acuerdo sexual que respete los límites y necesidades de ambos.

Conversaciones honestas, sin culpas y con respeto

Para abrir el tema, la comunicación clara y calmada es clave. En lugar de decir “nunca me deseas”, resulta más sano expresar “se siente doloroso cuando no te acercas, echo de menos nuestra intimidad”. Después, conviene preguntar cómo vive la situación la otra persona y escuchar sin interrumpir.

El respeto implica evitar etiquetas hirientes, comparaciones y amenazas. La idea es construir un espacio seguro donde ambos puedan hablar de miedos, fantasías y límites. Desde ahí, la pareja tiene más probabilidades de encontrar un ritmo sexual que funcione para los dos y de reforzar la comunicación sincera como base de una relación más cuidada.

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