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Salud

Si tienes este tipo de sangre, podrías tener más riesgo de infarto

¿El grupo sanguíneo puede decir algo sobre el corazón? Los datos más recientes respaldan que sí. Un análisis en Irán que revisó más de 50.000 muestras encontró que las personas con sangre A, B o AB presentan un riesgo mayor de eventos cardíacos que quienes tienen grupo O. Investigadores vinculados al Instituto Nacional de Salud de EE. UU. señalan que el tipo O parece estar algo protegido frente a problemas vasculares.

Los grupos sanguíneos A, B y AB: ¿Por qué tienen más riesgo de infarto?

Los estudios recientes coinciden, quienes tienen sangre A, B o AB presentan entre un 8% y un 16% más probabilidades de infarto o eventos vasculares frente al grupo O. Esta diferencia se asocia con una mayor tendencia a formar coágulos, junto con una acumulación más acelerada de calcio en las paredes de las arterias. Ambos procesos estrechan el flujo, elevan la presión sobre el músculo cardíaco y facilitan que una placa se rompa. En ese escenario, cada punto de riesgo cuenta.

En el tipo A se ha observado otro patrón preocupante, niveles más altos de colesterol LDL. Este llamado colesterol malo favorece el depósito de grasas en las arterias. Cuando el LDL se eleva, sube la inflamación local y aumenta la inestabilidad de las placas. Esto ayuda a explicar la mayor mortalidad cardíaca en personas con sangre A. El tipo B y el AB comparten parte de ese perfil proaterogénico, sobre todo por la coagulación sanguínea más activa y marcadores de inflamación que aparecen con más frecuencia.

El grupo O vive una realidad distinta. Al no presentar los antígenos A o B en los glóbulos rojos, muestra un patrón de coagulación algo menos intenso y menor adhesión plaquetaria. Se suma su condición de dador universal, un detalle clínico importante, aunque lo que más destaca es su perfil de riesgo cardiovascular más bajo. Esto se ve con más claridad en edades medias, antes de los 60 años, cuando las diferencias biológicas pesan más y todavía no se superponen con décadas de hábitos o enfermedades adquiridas.

La foto global también incluye la mortalidad por todas las causas. Los análisis señalan un 9% más de riesgo de fallecimiento en quienes no son del grupo O. Si se mira el corazón en particular, el exceso llega cerca del 15%. En paralelo, estas diferencias coexisten con otros factores de peso, como presión alta, tabaquismo, sedentarismo y diabetes. El grupo sanguíneo suma, pero no desplaza al resto. Por eso la prevención debe ser integral y sostenida en el tiempo.

Factores biológicos que explican la diferencia entre grupos sanguíneos

El sistema ABO depende de antígenos que adornan la superficie de los glóbulos rojos. En los tipos A y B, esas moléculas pueden favorecer interacciones con proteínas de coagulación y con las plaquetas. Ese contacto extra estimula la formación de coágulos, sobre todo en venas, y puede cerrar una arteria coronaria si la placa se rompe. En los no O, esa tendencia aparece con más frecuencia y ayuda a entender la diferencia de riesgo.

El plasma también influye. En el grupo O circulan anticuerpos anti-A y anti-B que no parecen elevar el riesgo, mientras que el AB no presenta ninguno. El tipo AB tiene una ventaja en donación, puede recibir sangre de cualquier grupo, pero esto no lo protege del corazón. El AB comparte el mismo escenario procoagulante y, en algunos análisis, se asocia con eventos cardíacos a edades más tempranas si se suman otros factores climáticos y metabólicos.

El factor Rh añade otra capa. Esta proteína, positiva o negativa, no cambia por sí sola el riesgo de infarto de forma marcada. Sí importa para transfusiones y embarazo. Se menciona, además, el Rh nulo, la llamada sangre dorada, muy raro y relevante en donación. No cambia el mensaje de prevención cardíaca, aunque recuerda que la biología del grupo sanguíneo es diversa y puede afectar decisiones clínicas en contextos de urgencia.

Foto Freepik

Cómo reducir el riesgo de infarto independientemente de tu grupo sanguíneo

El tipo de sangre es un dato más en el mapa del riesgo. Los hábitos pesan mucho más en el resultado final. Una dieta balanceada centrada en verduras, frutas, legumbres, granos integrales y grasas saludables reduce el colesterol LDL y baja la inflamación. Evitar grasas trans y limitar las saturadas marca una diferencia real en pocos meses. Cocinar más en casa, leer etiquetas y elegir porciones moderadas ayuda a mantener el peso estable.

El ejercicio regular actúa como un seguro silencioso. Caminar con ritmo, montar bicicleta o nadar durante 150 minutos a la semana mejora la salud de las arterias y la sensibilidad a la insulina. La OMS recuerda que la actividad física y una alimentación adecuada pueden prevenir cerca del 30% de las enfermedades del corazón. Esa cifra, que parece fría, se convierte en años de vida cuando se sostiene en la rutina.

Los chequeos son parte del plan. Medir presión arterial, glucosa y perfil lipídico al menos una vez al año permite ver cambios a tiempo. Quienes tienen sangre A, B o AB se benefician de un seguimiento más atento del colesterol LDL y de marcadores de coagulación sanguínea si el médico lo indica. El control del tabaquismo, el descanso nocturno y el manejo del estrés cierran el círculo de la prevención efectiva.

La personalización ya está en marcha. Saber el grupo sanguíneo ayuda a priorizar intervenciones. Un plan que combine ajuste de dieta, actividad física y, cuando se necesite, medicación para colesterol o presión logra reducir el riesgo. El objetivo no es vivir con alerta constante, es sumar hábitos que trabajan a favor del corazón. Con información clara y decisiones simples, se puede inclinar la balanza hacia la salud.

Consejos diarios para cuidar tu corazón si tienes sangre A, B o AB

La primera tarea es bajar el colesterol LDL con cambios que se pueden sostener. Elegir aceites de oliva o canola en lugar de manteca, preferir pescado azul dos veces por semana y aumentar fibra soluble con avena o legumbres mejora el perfil lipídico. Sustituir embutidos por proteínas magras como pollo o tofu reduce grasas saturadas sin perder sabor. Un pequeño ajuste en el plato tiene efectos grandes en el tiempo.

El movimiento diario es el aliado más fiel. Una caminata de 30 minutos con paso vivo activa la circulación y reduce la coagulación sanguínea excesiva. Subir escaleras, hacer pausas activas y estiramientos durante el trabajo mantiene la sangre en movimiento. Si hay antecedentes familiares o síntomas como palpitaciones, dolor en el pecho o falta de aire, conviene agendar una evaluación sin demora.

El control del peso y el descanso cierran la ecuación. Dormir entre siete y ocho horas mejora la regulación hormonal del apetito y del estrés. Beber agua en lugar de bebidas azucaradas ayuda a reducir calorías, y limitar el alcohol protege el hígado y el corazón. Si se identifica un riesgo alto o se combinan varios factores, el médico puede considerar fármacos para el colesterol o, en casos selectos, terapias que modulan la coagulación. Todo siempre bajo supervisión profesional.

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Evitar fumar es una decisión decisiva. Cada cigarrillo daña el endotelio, esa capa que recubre las arterias. Dejarlo baja de forma rápida el riesgo de infarto, incluso en quienes tienen sangre A, B o AB. Apoyarse en grupos, terapias de reemplazo de nicotina o medicación duplica la probabilidad de éxito. La suma de cambios modestos crea una base sólida que el corazón agradece.

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