Esta es la razón por la que algunas personas son (mucho) más sensibles al frío que otras
Todo el mundo conoce a alguien que se abriga con bufanda en una oficina donde otros abren la ventana. Esa diferencia no se debe solo a la manía de cada uno. Detrás del frío que sienten las personas muy frioleras hay factores físicos, genéticos, hormonales y de estilo de vida.

Cómo funciona el termostato interno del cuerpo y por qué algunos sienten más frío
El organismo cuenta con un termostato interno situado en el hipotálamo, una región del cerebro que recibe información de sensores de temperatura repartidos por la piel, la médula espinal y órganos internos. Con esos datos coordina la regulación de la temperatura: ajusta el flujo de sangre en la piel, activa los músculos para producir escalofríos y modifica la sudoración.
La sensación de frío no siempre refleja un cambio real en la temperatura central del cuerpo. A veces el tronco se mantiene estable, pero la piel de manos, pies y rostro se enfría mucho, y eso se percibe como frío intenso. La grasa corporal actúa como aislante, igual que un abrigo, mientras que un tipo especial de tejido llamado grasa parda funciona como pequeño calefactor interno que genera calor al quemar energía.
Estudios recientes han identificado proteínas sensoriales en los nervios que se activan con el frío intenso. Algunas personas tienen una actividad distinta de estas proteínas, lo que podría explicar por qué, ante la misma temperatura, unas sienten un frío punzante y otras apenas lo notan.
Grasa corporal, piel y circulación: tres factores clave en la sensación de frío
Cuando una persona tiene poca grasa corporal pierde calor con más facilidad, porque la capa aislante bajo la piel es más fina. Algo parecido ocurre si la piel es muy delgada o si hay mala circulación en la periferia. El cuerpo, para ahorrar calor, contrae los vasos sanguíneos de manos, pies, nariz y orejas, lo que produce manos y pies fríos aunque el resto del cuerpo esté templado.
Un buen tono muscular y un nivel aceptable de movimiento diario marcan una gran diferencia. Cada vez que los músculos trabajan generan calor, incluso al caminar a ritmo tranquilo o subir escaleras. Para quien se sabe friolero, suele ayudar abrigar bien las extremidades, usar tejidos que mantengan seco el sudor y mantenerse activo a lo largo del día, en lugar de pasar horas seguidas sentado.
Factores personales que vuelven a alguien más friolero: sexo, edad, hormonas y salud
Cada persona parte de una base distinta. No solo cuenta el ambiente, también el sexo, la edad, la composición corporal, el funcionamiento hormonal y la presencia de enfermedades. Por eso hay mujeres más sensibles al frío, personas mayores que no lo toleran bien y otras que, con un problema tiroideo o con anemia, sienten frío incluso en verano.
Las hormonas marcan buena parte de esta diferencia. La tiroides regula la velocidad del metabolismo, el motor interno que genera calor al quemar energía. En el hipotiroidismo, ese motor se vuelve más lento y el cuerpo produce menos calor. Algo similar pasa cuando baja la masa muscular o cuando el sistema cardiovascular y la circulación no funcionan de forma óptima.
También influyen trastornos que afectan a los vasos sanguíneos, como el fenómeno de Raynaud, o enfermedades que reducen el transporte de oxígeno, como la anemia. En todos estos casos la misma temperatura ambiental puede sentirse como un frío muy agresivo.
Por qué las mujeres suelen ser más sensibles al frío que los hombres
En promedio, las mujeres tienen una distribución de grasa distinta y vasos sanguíneos que reaccionan más al frío. Las hormonas femeninas, sobre todo los estrógenos, favorecen una mayor contracción de los vasos de la piel cuando baja la temperatura, lo que reduce el flujo hacia manos y pies y refuerza la sensación de frío en la superficie.
Curiosamente, la temperatura central suele mantenerse bien, pero la piel y las extremidades se enfrían más. Además, los cambios hormonales del ciclo menstrual, el embarazo y la menopausia modifican el metabolismo y la percepción térmica, de modo que en ciertas fases del mes o de la vida una mujer puede sentirse mucho más sensible al frío que antes.

Edad, metabolismo y enfermedades que aumentan la sensibilidad al frío
Con los años, el metabolismo se enlentece, disminuye la masa muscular y se reduce la cantidad de grasa subcutánea y de grasa parda. Esta combinación explica por qué los mayores y frío suelen ir de la mano. La piel se vuelve más fina, la circulación periférica pierde eficacia y el cuerpo genera menos calor en reposo, por lo que una habitación cómoda para un adulto joven puede resultar gélida para una persona de 75 años.
Algunas enfermedades amplifican este efecto. El hipotiroidismo hace que el cuerpo queme menos energía y baje su “calefacción interna”. La anemia reduce el aporte de oxígeno a los tejidos y empeora la sensación de cansancio y frío. El fenómeno de Raynaud produce espasmos en los vasos de los dedos ante temperaturas bajas o incluso ante estrés, con cambios de color y dolor. También patologías como la diabetes, la fibromialgia o la insuficiencia cardíaca se asocian a una mayor sensibilidad al frío. Cuando el frío aparece de forma brusca, se hace muy intenso o se acompaña de pérdida de peso, fatiga o palpitaciones, resulta prudente comentarlo con un profesional sanitario.
Hábitos, clima y estilo de vida: cómo el entorno influye en lo friolero que es alguien
No todo se explica por genética o enfermedad. La forma de vivir también determina el nivel de tolerancia al frío. Una persona criada en un país nórdico desarrolla una mejor adaptación al clima frío que alguien que siempre ha vivido en una ciudad costera templada. El cuerpo se acostumbra a una franja de temperaturas y organiza su respuesta según esa referencia.
La actividad física diaria aumenta la producción de calor y mantiene la musculatura activa. La alimentación influye porque aporta la energía que se transforma en calor, sobre todo si incluye suficiente proteína, grasas saludables y carbohidratos complejos. El estrés y frío también se relacionan, ya que el estrés crónico altera hormonas como el cortisol y puede cambiar la circulación periférica y el sueño, lo que se traduce en una sensación térmica más desagradable.
Clima, costumbre y pequeños cambios diarios para sentir menos frío
El cuerpo se adapta poco a poco al ambiente habitual. Quien pasa varios inviernos en un lugar muy frío suele ampliar su margen de confort, mientras que quien evita salir al aire libre ante la mínima bajada de grados mantiene su umbral muy bajo. La falta de movimiento, una dieta muy pobre en energía o proteínas y un nivel alto de tensión emocional intensifican el frío sentido en la piel.
Pequeños cambios diarios pueden marcar la diferencia. La adaptación al frío mejora si se incluye algo de tiempo al aire libre, bien abrigado, y se rompe el sedentarismo. Elegir ropa en capas ayuda a atrapar aire caliente entre las prendas y ajustar el abrigo según el momento del día. Proponerse moverse más cada hora, cuidar el descanso nocturno y gestionar el estrés con técnicas sencillas de respiración o pausas reales durante la jornada contribuye a que el cuerpo regule mejor la temperatura.
La sensibilidad al frío combina biología, hormonas, salud y entorno, pero también se moldea con los hábitos diarios. Ser friolero no siempre implica un problema, a menudo es solo una forma particular de responder al ambiente. Cuando el frío se vuelve reciente, muy intenso o limita la vida cotidiana, compartirlo con un profesional ayuda a descartar enfermedades tratables. Observar cómo reacciona el propio cuerpo, ajustar el nivel de actividad, cuidar la dieta y revisar pequeños gestos del día a día puede convertir el invierno en una estación mucho más llevadera.
