¿Cómo tratar el herpes zóster y cuánto duran los síntomas?
El herpes zóster, conocido popularmente como culebrilla, es una infección viral causada por la reactivación del virus de la varicela-zóster. Tras haber padecido varicela en la infancia, este virus permanece latente en los nervios y puede reactivarse años después.

Síntomas y duración del herpes zóster
El herpes zóster produce molestias notables. Al principio, los pacientes suelen sentir ardor, hormigueo o dolor intenso en la piel, anticipando la aparición de la erupción. En días subsiguientes, surge un brote de ampollas agrupadas en una franja, generalmente en un solo lado del torso, aunque puede afectar la cara o el cuello.
El dolor suele superar al de muchas otras infecciones cutáneas. Las lesiones evolucionan rápidamente, pasando de enrojecimiento a pequeñas vesículas llenas de líquido, que posteriormente estallan y se cubren de costras. Otras molestias como fiebre, cansancio y malestar general pueden acompañar al cuadro inicial.
Manifestaciones iniciales y evolución de los síntomas
El primer aviso del herpes zóster es casi siempre un dolor punzante, un ardor o un hormigueo localizado. Estos síntomas pueden confundirse con problemas musculares o de piel, pero pronto se hacen más evidentes por la aparición de ampollas en el área afectada.
En la mayoría de los casos, el brote cutáneo progresa durante los siguientes 3 a 5 días. Las ampollas se agrupan, revientan y después se seca el líquido, produciendo costras que caen dos o tres semanas después. El área puede permanecer sensible incluso tras desaparecer las lesiones visibles.
Duración de los síntomas y complicaciones posibles
La fase activa del herpes zóster dura normalmente entre 2 y 4 semanas. Es habitual que el dolor continúe incluso después de que la piel luzca curada. Este malestar persistente recibe el nombre de neuralgia posherpética, una complicación que puede extenderse por meses o incluso años y que afecta la calidad de vida.
El riesgo de esta complicación aumenta con la edad, especialmente en personas mayores de 50 años, en quienes la neuralgia puede volverse severa y prolongada. Las personas inmunodeprimidas también tienen más probabilidad de padecer infecciones graves o brotes extensos. El dolor crónico asociado a la neuralgia posherpética puede ser difícil de controlar y, en algunos, limita el sueño y las actividades cotidianas.

Tratamiento del herpes zóster y prevención de complicaciones
No existe una cura definitiva para el herpes zóster, pero iniciar el tratamiento dentro de las primeras 72 horas desde la aparición de la erupción resulta esencial. La terapia principal incluye medicamentos antivirales y analgésicos, que ayudan a reducir la duración de los síntomas y a prevenir el daño nervioso.
La vacunación, especialmente en adultos mayores, ha cambiado el panorama de la prevención, pues reduce el riesgo de reactivación del virus y de complicaciones dolorosas a futuro.
Opciones de tratamiento antiviral y manejo del dolor
Los antivirales como aciclovir, famciclovir y valaciclovir forman la base del tratamiento. Si se administran al inicio del brote, estos medicamentos acortan la enfermedad, minimizan las lesiones y disminuyen la posibilidad de secuelas dolorosas.
El manejo sintomático incluye analgésicos simples y tópicos, como paracetamol o ibuprofeno, para aliviar el dolor. Los casos graves pueden requerir fármacos más potentes, como antidepresivos tricíclicos o anticonvulsivos, útiles para el dolor neuropático. Los corticoides pueden recomendarse en cuadros con dolor agudo intenso, siempre bajo supervisión médica. El alivio tópico con cremas, geles o compresas frías puede resultar útil en las primeras fases.
En situaciones donde el dolor persiste, se recurre a analgésicos específicos para el dolor nervioso. En algunos centros médicos, las inyecciones de anestésicos locales u ozonoterapia se exploran como opciones experimentales para pacientes con neuralgia resistente.
Prevención y cuidados posteriores al brote
La medida más efectiva para reducir el riesgo de herpes zóster y sus complicaciones es la vacunación con Shingrix, recomendada para personas de 50 años o más. Esta vacuna ofrece protección alta y reduce significativamente la frecuencia y severidad tanto del brote como de la neuralgia posherpética.
Durante y después del brote, es esencial cuidar la higiene de la piel. Mantener las lesiones limpias y secas evita infecciones secundarias y mejora la recuperación. Se recomienda evitar rascarse o manipular las costras, pues esto evita nuevas lesiones o cicatrices. Es importante limitar el contacto con personas susceptibles, como niños pequeños, embarazadas o individuos con defensas bajas, para reducir el riesgo de transmisión del virus.
El manejo del estrés, la alimentación equilibrada y la supervisión médica regular contribuyen a una mejor recuperación y reducen la posibilidad de recurrencia. Las revisiones periódicas ayudan a ajustar el tratamiento del dolor y prevenir dificultades a largo plazo.
La información clara y el acompañamiento profesional pueden transformar el curso del herpes zóster, haciendo que cada persona recupere calidad de vida y confianza en su salud.