¿Es saludable una dieta baja en grasas?

El concepto de una dieta baja en grasas acompaña a la cultura de la salud desde hace décadas. Durante años, las recomendaciones para perder peso, controlar el colesterol o mejorar el bienestar general giraron en torno a reducir el consumo de grasas, sobre todo las saturadas y trans. Este enfoque se hizo popular tanto en tratamientos médicos como en tendencias de autocuidado y dietas comerciales. Hoy se sabe que no todas las grasas son iguales ni su impacto es el mismo.
Entender cuáles elegir y en qué cantidades puede marcar la diferencia entre un estilo de vida más saludable y una dieta carente de nutrientes.
Fundamentos y tipos de grasas en la alimentación
Las grasas ocupan un lugar fundamental en la alimentación humana. Actúan como fuente concentrada de energía, aportando más del doble de calorías que los carbohidratos o las proteínas. No obstante, no todas provocan los mismos efectos en el organismo, por lo que distinguir sus tipos es clave.
Importancia biológica de las grasas
Además de suministrar energía, las grasas ayudan a formar parte de las membranas celulares, protegen los órganos y músculos de golpes y temperaturas extremas, y son esenciales en la síntesis de hormonas y sustancias inmunitarias. También facilitan la absorción de cuatro vitaminas liposolubles: A, D, E y K, nutrientes indispensables para el sistema inmunológico, la visión, la salud ósea y la coagulación.
Una deficiencia de grasas puede reflejarse en piel seca, caída de cabello, inmunidad baja y problemas hormonales. Las grasas son más que un combustible, desempeñan roles estructurales y funcionales de los que depende el cuerpo cada día.
Clasificación y efectos de las grasas
Las grasas se dividen principalmente en tres tipos:
Saturadas: abundan en la carne roja, mantequilla, quesos enteros y embutidos. Un consumo excesivo puede elevar el colesterol LDL y aumentar el riesgo de cardiopatía.
Insaturadas: incluyen las grasas monoinsaturadas, presentes en aguacate, aceite de oliva y frutos secos, y las poliinsaturadas, localizadas en pescados grasos, semillas y aceites vegetales. Estas grasas ayudan a mantener sano el corazón y reducir inflamación.
Trans: se encuentran sobre todo en productos industrializados como bollería, margarinas y comidas rápidas. Suben el colesterol LDL, bajan el HDL y elevan las probabilidades de padecer enfermedades cardiovasculares y diabetes tipo 2.
Entender la calidad de la grasa es tan importante como limitar la cantidad. Elegir fuentes saludables puede cambiar completamente el impacto de una dieta en la salud.

Beneficios y riesgos de una dieta baja en grasas
El objetivo de una dieta baja en grasas es reducir el aporte calórico y, al mismo tiempo, minimizar los efectos nocivos de las grasas malas, sobre todo las trans y saturadas. Pero la práctica debe ser cuidadosa y guiada, ya que eliminar grasas de manera indiscriminada puede traer consecuencias negativas.
Ventajas observadas en la salud cardiovascular y el peso
Varios estudios demuestran que reemplazar grasas saturadas y trans por insaturadas puede ayudar a reducir el colesterol LDL (el llamado “malo”) y con ello disminuir el riesgo de enfermedad coronaria y accidentes cerebrovasculares. El consumo habitual de grasas saludables como las de origen vegetal favorece la buena salud arterial y mejora el perfil lipídico.
Aunque las dietas bajas en grasas suelen ayudar a reducir peso al inicio, lo significativo es mantener un equilibrio calórico. El control del peso mejora si no se sustituyen las grasas por carbohidratos refinados, que pueden causar picos de glucosa e impedir la pérdida real de grasa corporal.
El beneficio central no está en eliminar todas las grasas, sino en priorizar las de buena calidad, como las monoinsaturadas y poliinsaturadas. Esto permite mantener el cuerpo nutrido y protegido del riesgo cardiovascular.
Deficiencias y desventajas potenciales
Una de las principales advertencias de las dietas bajas en grasas es el posible déficit de vitaminas liposolubles. Sin grasas, el cuerpo no absorbe bien la vitamina A (clave para la visión), la D (esencial para los huesos), la E (antioxidante) y la K (necesaria para la coagulación).
La restricción excesiva puede afectar la saciedad y fomentar el consumo de productos ultraprocesados “bajos en grasa” pero altos en azúcares y almidones. Esto puede provocar un efecto contrario: aumento de peso, problemas metabólicos y una dieta menos nutritiva.
En dietas demasiado bajas en grasa, se pueden producir alteraciones hormonales, desajustes en el ciclo menstrual, reducción de la función inmunitaria y deterioro de la piel. La absorción insuficiente de grasas insaturadas también puede debilitar el desarrollo y función cerebral, además de afectar el estado de ánimo.