Sobrepeso y obesidad: ¿Cuáles son las diferencias?

El sobrepeso y la obesidad comparten algo clave, son acumulaciones excesivas de grasa corporal que dañan la salud, pero el riesgo no es igual. La diferencia central está en la cantidad de grasa acumulada y en cómo se distribuye en el cuerpo. La herramienta más usada para distinguirlas es el IMC, que relaciona peso con talla, se calcula como peso en kilogramos dividido entre la estatura en metros al cuadrado.
IMC y medidas útiles: cómo se define el sobrepeso y la obesidad
El IMC se expresa en kg/m² y sirve como primera aproximación. En adultos, el sobrepeso corresponde a un IMC desde 25 hasta 29,9, mientras que la obesidad comienza a partir de 30. Dentro de la obesidad, se reconocen tres clases por gravedad creciente, una que va de 30 a 34,9, otra de 35 a 39,9 y una última por encima de 40. Esta escala permite estimar el nivel de exceso de grasa y orientar decisiones clínicas y de prevención, aunque por sí sola no muestra dónde se acumula la grasa.
En la práctica conviene sumar medidas simples que captan el riesgo metabólico. El perímetro de cintura es una guía directa de grasa visceral, la que rodea órganos internos y se vincula con diabetes y enfermedad cardiovascular. La relación cintura sobre altura también aporta, usar una cintura menor a la mitad de la estatura suele asociarse con menor riesgo. En niños y adolescentes no se usan los mismos cortes, se aplican percentiles por edad y sexo. En atletas o personas muy musculadas, el IMC puede sobrevalorar la grasa por el peso del músculo, en esos casos conviene evaluar la composición corporal con métodos como la bioimpedancia.
Un ejemplo ayuda a fijar el cálculo. Una persona que pesa 75 kilogramos y mide 1,70 metros tiene un IMC cercano a 26, ya que 75 dividido entre 1,70 por 1,70 es aproximadamente 25,95. Ese resultado se ubica en sobrepeso.
Cómo calcular el IMC paso a paso con un ejemplo claro
Para calcular el IMC con unidades métricas, primero se mide la estatura en metros y se eleva al cuadrado. Luego se divide el peso, en kilogramos, entre ese valor. Si una persona pesa 75 kg y mide 1,70 m, se multiplica 1,70 por 1,70 para obtener 2,89. Después se divide 75 entre 2,89 y se obtiene un IMC cercano a 26, lo que indica sobrepeso. Se trata de una estimación inicial que debe interpretarse junto con una evaluación clínica completa.
Rangos de IMC y grados de obesidad explicados en palabras
En adultos, un valor por debajo de 16,5 indica bajo peso grave, entre 16,5 y 18,4 se considera bajo peso, entre 18,5 y 24,9 corresponde a rango normal, entre 25 y 29,9 se clasifica como sobrepeso, entre 30 y 34,9 señala obesidad clase 1, entre 35 y 39,9 obesidad clase 2 y por encima de 40 obesidad clase 3. La terminología puede variar según el país, sin embargo las diferencias clave y los umbrales son muy similares.
Limitaciones del IMC: cuándo mirar cintura o composición corporal
El IMC no distingue grasa, músculo ni hueso, por eso falla en deportistas con mucha masa muscular y en personas mayores con sarcopenia. Medir la cintura ayuda a detectar grasa abdominal, que se relaciona con un mayor riesgo de diabetes tipo 2 y problemas del corazón. La relación cintura sobre altura funciona como una señal práctica, una cintura por debajo de la mitad de la estatura suele indicar menor riesgo. La bioimpedancia, cuando está disponible, permite estimar porcentaje de grasa, masa magra y agua corporal, lo que aporta detalle aunque no es tan accesible como el IMC.
Salud: qué cambia entre sobrepeso y obesidad
Tanto el sobrepeso como la obesidad elevan el riesgo de enfermedad, sin embargo la obesidad lo hace en mayor medida y con más rapidez. La grasa excedente altera el metabolismo y la función cardiovascular, favorece la resistencia a la insulina, la elevación de la presión arterial y cambios en los lípidos en sangre. Con el tiempo, estos cambios agravan la posibilidad de infarto de miocardio y accidente cerebrovascular. La carga sobre articulaciones y vía respiratoria también crece, lo que afecta movilidad, sueño y energía diaria.
La salud mental sufre con el exceso de peso por la interacción entre inflamación, hormonas, autoimagen y barreras sociales. En paralelo, ciertos cánceres muestran mayor frecuencia en personas con obesidad, entre ellos mama, ovario, próstata, hígado, vesícula, riñón y colon. Las infecciones respiratorias, como COVID-19, han mostrado cursos más graves en presencia de obesidad, lo que refuerza la necesidad de reducir la grasa abdominal. El riesgo aumenta a medida que sube el IMC y la cintura, sin embargo pérdidas moderadas de peso mejoran glicemia, presión, triglicéridos y capacidad funcional.

Metabolismo y corazón: diabetes, presión arterial y eventos vasculares
El exceso de grasa en el abdomen favorece la resistencia a la insulina, primero silenciosa y luego franca, que abre la puerta a la diabetes tipo 2. La presión arterial tiende a subir por mayor retención de sodio, activación neurohormonal y rigidez vascular. Suelen coexistir triglicéridos altos y colesterol HDL bajo, un perfil que daña arterias. La suma de estos factores incrementa el riesgo de infarto y de accidente cerebrovascular, con un gradiente más marcado a partir de la obesidad.
Órganos y vida diaria: articulaciones, sueño, ánimo y respiración
El peso extra sobrecarga rodillas, caderas y columna, lo que acelera el desgaste y causa dolor crónico. La movilidad se reduce y las tareas cotidianas se vuelven más exigentes. La grasa en cuello y abdomen favorece la apnea del sueño, con ronquidos, pausas respiratorias y somnolencia diurna. La función respiratoria se altera, aparece falta de aire al esfuerzo. El bienestar mental también se resiente, con más ansiedad, ánimo bajo y problemas de memoria y atención que empeoran la calidad de vida.
Cáncer y COVID-19 grave: lo que indica la evidencia
La evidencia vincula la obesidad con más riesgo de varios cánceres, incluidos mama, ovario, próstata, hígado, vesícula, riñón y colon. Inflamación crónica, resistencia a la insulina y cambios hormonales ayudan a explicar estas asociaciones. Durante la pandemia se observó mayor gravedad de COVID-19 en personas con obesidad, con más ingresos hospitalarios y complicaciones respiratorias. Estas señales refuerzan la importancia de reducir la grasa visceral y de controlar la cintura.
Buenas noticias: perder 5 a 10 kilos ya marca una diferencia
Una pérdida de 5 a 10 kilos suele traducirse en mejor control de glicemia y presión, descenso de triglicéridos, alivio del dolor articular y mejoría de la respiración. Es sensato fijar objetivos realistas y sostenibles, centrados en hábitos que se puedan mantener en el tiempo. No hacen falta promesas irreales para obtener beneficios medibles.
Causas frecuentes y cómo actuar sin dietas extremas
La obesidad es una enfermedad crónica y multifactorial. Suele aparecer cuando la ingesta calórica supera de forma mantenida al gasto, y cuando el cuerpo pasa muchas horas sin movimiento. La genética influye en cómo se almacena la grasa, las hormonas cambian el apetito y la saciedad, el estrés y el mal descanso empujan a comer más y a moverse menos. Todo esto ocurre en un entorno que ofrece calorías baratas y ultraprocesados a cada paso, con poco espacio para caminar o cocinar.
Actuar con seguridad implica sumar una alimentación equilibrada, con verduras, frutas, granos integrales, legumbres y proteínas magras, reducir azúcares y grasas saturadas, y cuidar las porciones. La actividad física regular, al menos 150 minutos semanales de ejercicio moderado, aporta gasto energético y mejora la salud cardiometabólica. Sentarse menos tiempo ayuda tanto como entrenar, conviene incluir pausas activas durante el día y subir escaleras siempre que se pueda. Cuando haga falta, el apoyo profesional de nutrición, medicina y psicología marca la diferencia. En casos de obesidad severa, los tratamientos médicos o la cirugía bariátrica pueden considerarse con evaluación y seguimiento adecuados.
Factores de riesgo comunes y entorno que favorece el exceso de peso
Las comidas muy calóricas, el poco movimiento, el estrés crónico y dormir poco forman un cóctel que facilita ganar grasa. La genética puede aumentar la susceptibilidad, sin embargo el entorno social termina de inclinar la balanza. La alta disponibilidad de comida ultraprocesada, de gran densidad energética y bajo poder saciante, complica mantener el equilibrio. Educar el entorno y ajustar rutinas diarias se vuelve clave para revertir ese impulso.
Hábitos que sí funcionan: alimentación, movimiento y descanso
Los platos con abundantes verduras y frutas, legumbres, granos integrales y proteínas magras ayudan a controlar el apetito y mejoran la glucosa. Beber agua en lugar de bebidas azucaradas reduce calorías sin sentir hambre. Caminar a paso ligero, montar en bicicleta o nadar de forma regular es una base sólida. Las pausas activas durante la jornada reducen el tiempo sentado, mientras que priorizar un buen sueño favorece el control del peso.
Tratamientos con respaldo médico y cuándo considerar cirugía
Existen medicamentos que apoyan la pérdida de peso como complemento de los hábitos, siempre indicados por un profesional y con seguimiento. La cirugía bariátrica puede valorarse en obesidad clase 3, o en clase 2 cuando hay comorbilidades, tras una evaluación completa de riesgos y beneficios. El control a largo plazo, con apoyo nutricional y psicológico, sostiene los resultados y evita recaídas.
Niños y adolescentes: percentiles de IMC y prevención familiar
En población pediátrica no se aplican los puntos de corte de adultos, se usan percentiles de IMC por edad y sexo. La prevención empieza en casa y en la escuela, con juego activo cada día, menos pantallas y opciones de comida saludables adaptadas a la edad. Detectar de forma temprana el exceso de peso y acompañar a la familia con educación y seguimiento reduce el riesgo de obesidad en la adultez.